Toda biblioteca es una divina utopía, una ciudad de iglús en medio del desierto, los surcos trazados por un arado en el mar. A estas alturas de la vida queda claro que la biblioteca no tiene un fin práctico o utilitario; es tan solo el síntoma o la consecuencia de una malsana adicción, la huella de un perene desbarrancadero. Cada libro es una promesa de escape, un postergado sueño de fuga. De pronto tengo plena y fatal conciencia de que en mi librero hay cientos o acaso miles de ejemplares que jamás leeré y que sin embargo permanecerán al acecho, como velas bajo la lluvia iluminando la fallida ruta hacia un umbral que tal vez ya ni siquiera me será dado cruzar. La memoria del placer es el derrumbe y la perdición del hedonista. Ocurre como a los drogadictos, movidos por la reminiscente huella de endorfinas en ebullición. Una vez que te has transformado en un tecato de la lectura ya no tendrás escapatoria. Buscarás siempre un nuevo libro porque algún reducto subconsciente se aferra a creer que la epifanía aún no ha llegado, que la catarsis bibliófila aún está por llegar, aunque el cable a tierra te haga ver que los mejores libros de tu vida ya los leíste, que los viajes al país de las maravillas ya fueron emprendidos.
Tuesday, August 20, 2019
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