Cuando Ximena Xicoira despierta, inmensa en la densidad de una hostil duermevela tras una noche de alcohol abundante y orgasmos rejegos, su pareja, Edurne Mariño, yace bocabajo sobre un charco de vómito. Por su ausencia han brillado las pesadillas premonitorias o la intuición de que algo podía no andar bien con su novia, pues a las cuatro de la mañana, tras varias fumadas de hash, dos rivotriles y una buena fila de copas de su propio vino, Ximena cayó en un estado de noqueo absoluto. Su última imagen es un cielo desparramado de estrellas envolviendo la burbuja transparente que tienen por habitación. Después de todo ese es el mayor atractivo del hotel boutique, la posibilidad de sentirse durmiendo a cielo abierto en medio del valle vinícola y alucinar en grande con las constelaciones.
Cuando por fin abre los ojos, buscando desesperadamente un trago de agua que conjure la cruel sequedad de su lengua, repara en que Edurne no está a su lado en la cama, lo cual en un principio no le sorprende. Después de todo, su chica es afecta a las caminatas matutinas e inmersa todavía en el jetlag y en el horario europeo, es posible que no haya podido conciliar el sueño. Al alcance de la mano en el buró tiene el frasco de aspirinas y un vaso con agua ya medio vacío. Lo bebé y ruega por una o dos horas más de modorra sabiendo que eso no va a suceder. El alcohol en abundancia conjura el sueño y los orgasmos y la peor noticia, es que una peda con el Carmenere que lleva su apellido pega como patada de mula al día siguiente. Dicen que los buenos vinos se revelan como tales en la ausencia de cruda, pero esta mañana Ximena siente su cabeza como ladrillo y la boca como una duna de arena.
Wednesday, August 21, 2019
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