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Tal vez los psiquiatras no me entiendan si me un aferro a defender que el acto de crear es a menudo un acto esquizofrénico, una invitación al desdoblamiento de otra persona que nos habita. Una, o acaso varias personas; decenas de voces narrativas habitando en la tinta prófuga de un escritor que da rienda suelta a sus obsesiones. Hay quien me ha dicho que un narrador debe encontrar su estilo y morirse en la raya con él. Yo más bien creo que el estilo encuentra al narrador y lo delata cuando sale a superficie aun involuntariamente. La voz narrativa, al igual que la huella digital, la caligrafía o el timbre del habla, es única y acaba por desnudarnos. Aunque un narrador busque ocultarse en sus heterónimos, al final su voz lo revela como un indiscreto ADN.