Eterno Retorno

Sunday, March 18, 2012







Con su caricia de lluvia se despide el Invierno, después de jugar al desierto en pleno febrero. Con el tiempo las estaciones serán meros símbolos, nombres para designar a ciertos meses que nada tendrán que ver con el termómetro, y el clima de cada mañana será una tómbola caprichosa. Helado amanecer el de este último domingo invernal. Lo recibo con un café más negro que mi alma y un tributo a DIO en los audífonos. La Muerte suele destapar baúles de recuerdos y reflexiones. La pérdida de Leonardo del Bosque me ha hecho subirme a la máquina del tiempo y dimensionar la trascendencia de una época y su espíritu. La época en que dormir no importaba demasiado. Hoy al igual que en esos años, me gusta dar la bienvenida a los amaneceres, pero en aquel tiempo la luz nos sorprendía tras noches enteras despiertos. Amaneceres en el desierto, amaneceres en el Cerro de las Mitras, amaneceres editando el Bitácora, amaneceres arreglando el mundo, amaneceres jugándonos el alma y la dignidad en el futbolito.
Recuerdo la tarde del Viernes Santo de 1997. Retornábamos de Austin, Texas. En un entronque carretero pasando Saltillo, Leonardo y yo nos bajamos en la mitad de la nada. Rebeca continuaba su viaje hacia Durango donde se reuniría con su familia y nosotros agarrábamos camino rumbo a Real de Catorce. El silencio y la desolación del viernes de crucifixión eran amos y señores en cada detalle del entorno. El vacío y el absoluto de la llanura noroeste estaban ahí, como ancestrales consejeros de un mundo ignoto. Poner en el alto el pulgar y la fe, subir a la cabina de un tráiler que nos arrojó hasta Matehuala en donde encontramos un improbable café cerca de la media noche. ¿Lizbeth Alemán se llamaba la persona con la que platicamos esa noche? Olvido caras, pero recuerdo nombres. Recibir el amanecer del Sábado Santo en la banca de un parque potosino y seguir nuestro camino rumbo a Real. Subir el cerro del Quemado, deambular entre derruidos muros de adobe, hablarle de tú a las estrellas y dormir en el ruedo. Descender al desierto y en la mitad de una madrugada tomar un improbable tren del pleistoceno. Y hace quince años, cuando jugábamos a ser personajes de un relato de Carlos Castaneda… ¿los caprichosos dioses habían acordado ya que Leonardo moriría asesinado una noche de marzo? ¿Un narrador cruel había decidido ya el final de su historia y escribía en cuenta regresiva? ¿Ese narrador había imaginado ya el último domingo de invierno de 2012 en que yo escribiría sobre la muerte de Leonardo en un lluvioso amanecer? ¿O era la errabunda aleatoriedad quien iba sacando las cartas? Errabunda. La palabra ha brotado por libre asociación. Uno de los testamentos literarios de Leonardo fue Melmoth el Errabundo, el canto de cisne de la narrativa gótica escrito en 1820 por el irlandés Charles Marturin. Melmoth the Wanderer. Un Fausto tardío que pacta con el Diablo una larga vida de dos siglos que al final no soporta. Melmoth vaga por el mundo tratando de heredar la carga de sus 200 años y su irrompible pacto. Sí, había una naturaleza fáustica en Del Bosque, un Byron que se entregaba por igual a la proeza que al magnetismo oscuro. Había un destino fatal en ese amigo extraordinario. El libro que fue mi compañero de viaje en aquel viaje a Austin y Real de Catorce era Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sábato. Yo buscaba respuestas en la personalidad de Alejandra Vidal Olmos (no me he cansado de decir que es el personaje femenino más fascinante que ha parido la literatura) un personaje marcado por un ancestral destino oscuro, habitado por un ignoto abismo interior. Imposible no creer que había una marca trágica en Leonardo y su clan. Casi tres décadas antes su padre tuvo un destino idéntico: morir acribillado por un comando asesino en el Nuevo Laredo de los ochenta. Una sombra demasiado pesada, una orfandad que fue trazando un camino. Fidelidad a la desgracia para honrar al padre. Fidelidad al sendero abismal. Fidelidad a nuestros muertos omnipresentes mientras el narrador de nuestra errabunda vida traza círculos fatales, un Eterno Retorno obsesivo e irrenunciable.