Eterno Retorno

Wednesday, December 24, 2025

El Apóstata en Nochebuena


 

1- Una experiencia particularmente intensa, diríase mística, la viví el 9 de agosto de 2024 en la catedral católica de Myeong-dong en Seúl. Entré a la iglesia cuando se estaba celebrando la misa y me quedé a escucharla. Lo fascinante fue que aunque el sacerdote hablaba en coreano yo podía entender sus palabras. ¿Por qué? Porque la liturgia católica es idéntica en cualquier lugar del planeta y yo me la sé de memoria. Vaya, fui un niño católico que asistió cientos de veces a misa y aunque ésta fuera pronunciada en coreano, yo podía interpretar exactamente en qué parte de la ceremonia estábamos, porque al final de cuentas la misa católica es como recitar un poema que habita en lo más profundo de tu mente. Esa es precisamente la universalidad del catolicismo. En Corea, en Nigeria, en Roma o en México el ritual no cambia. Fue una sensación muy extraña, porque aunque soy apóstata me sentí en casa. Aquí está el club en el que fui formado y del que después abjuré, pero la realidad es que aunque me desbautizara, la formación católica no se quita y está incrustada en lo profundo de mi psicología.

Claro, debo admitir que esa sensación de paz y pertenencia se transformó en rabia pura también en Corea, donde en no pocas esquinas tuve que soportar a furiosos predicadores pentecostales que me gritaban al oído con un altavoz. No los entendía, pero podía deducir que me hablaban del infierno y del Apocalipsis. Me repugnaron.
2- El libro del año en Babelia es El loco de Dios en el fin del mundo, en el que Javier Cercas nos narra su experiencia acompañando a Mongolia al Papa Bergoglio. El punto de vista de Cercas es exactamente el mío, pues se confiesa ateo, anticlerical y laicista militante y sin embargo se identifica con el pontífice argentino. Yo detesto a la iglesia y sin embargo el Papa Francisco me caía muy bien. Hace exactamente 30 años, en diciembre de 1995, unos padres jesuitas me invitaron a pasar una Navidad en el poblado tepehuán de Baborigame, en pleno triángulo dorado, entre Chihuahua, Durango y Sinaloa (entonces no lo sabía, pero estaba en una zona particularmente peligrosa). Yo les advertí desde un principio que soy ateo y no participaría en nada que ni remotamente oliera a prédica o evangelización y ellos estuvieron de acuerdo. Nos respetamos mutuamente y tuvimos una noble, productiva y animada convivencia por más de tres semanas. Fue una Navidad bellísima, vivida en la más absoluta austeridad, con fríos de bajo cero y una flama ardiendo en el espíritu. El libro de Cercas me ha hecho recordar muchísimo aquel diciembre del 95 en Baborigame.
3- Estoy convencido de que el único futuro posible para la iglesia tiene que ver con ensuciarse los hábitos, patear la calle y morder el polvo de los mil infiernos terrenales que nos circundan. Ser la enfermería en un campo de batalla, como el tren donde Nonaka curaba a los heridos en la Revolución. El infierno está aquí y no hace falta amenazar con castigos futuros. La iglesia tiene que bajar a ese infierno, caminar de la mano de los condenados y ser su consuelo espiritual. No se trata de juzgar sino de acompañar.
4- Soy un ateo con estructura mental de creyente, un deicida que cada noche intenta hablar con el dios que ha matado. El deicidio es también un acto de fe, mi único acto de fe. El deicidio es un sacramento. No tengo deidad y sin embargo estoy profundamente agradecido. Tengo una enorme necesidad de dar gracias. Carezco de ese ente superior que me bendiga y sin embargo me siento bendecido. Profundamente bendecido y me sobran razones para las dar gracias y desear el bien. Y por si alguien se lo pregunta debo aclarar que sí, festejo la Navidad y la disfruto. Nos sobran los motivos, manda decir Sabina. Sean felices colegas. Salud!