Zopenca e insolente bestezuela
Fue hace dos años y medio cuando hermano Adrián me mostró por
vez primera a la bestezuela: “mira, entre otras muchas habilidades, la inteligencia
artificial puede escribir un cuento”, me dijo. Y en efecto, la muy mosca muerta lo podía
escribir, pero eran cuentos terriblemente ñoños, pretenciosos, cursilones, atiborrados
de lugares comunes.
El tiempo corre en cámara rápida. Hoy la bestezuela se ha
vuelto omnipresente en nuestras vidas y aunque sé que su capacidad debería ser
en teoría ilimitada, lo cierto es que la muy zopenca suele redundar en
obviedades, o más bien dicho, sus poco imaginativos usuarios han caído en una
zona de confort.
Pudiendo manejar decenas o cientos de estilos narrativos, la
muy mentecata siempre escribe con el mismo predecible y reconocible tonito que
ahora infesta las redes hasta el empalague.
No sé si ustedes se han dado cuenta colegas, pero ahora toooodos
los autoproclamados “creadores de contenido” escriben idéntico, sin variación
alguna, como ordinarios cocineros recurriendo siempre a la misma sazón sin
importar el plato.
Aquí va un ejemplo básico de ese artificial tonito cagante satura
la red:
“Jim no cantaba: te hipnotizaba.
Jim no escribía: te sacaba el alma.
Jim no posaba: te desafiaba.
Ese tipo de magia no se fabrica.
Ese tipo de magia nace… y se rompe demasiado pronto.
Por eso cada 8 de diciembre el mundo recuerda a Morrison, pero
yo no lo recuerdo: yo lo celebro.
Porque gracias a él entendí que la música no solo suena:
te rompe, te levanta, te transforma”.
Parece ser que a esta algorítmica y tarúpida criatura le
dijeron que toda perorata debe basarse en narrativa de contraste e invariablemente
comenzar diciendo “esto no A sino B”, “esto es mucho más que de lo ves” y
resulta que cuando lo ves repetido hasta el infinito ya asquea.
Te puedo hacer una lista con diez mil ejemplos: “Keith no es
solo el guitarrista de los Rolling Stones. Es el pulso”.
“Un vino así no se presume... se enfrenta”.
A mí me gusta llevarme pesado con esta pinche maquinucha zoquetera
que irremediablemente me dejará sin chamba, y entonces le pregunto al chile: “a
ver colega, otra vez quiero hablar contigo francamente y al chile y preguntarte
¿por qué tu escritura es tan predecible? ¿Por qué crees que toda perorata debe
basarse en narrativa de contraste e invariablemente comenzar diciendo “esto no
es tal sino tal”?
Neta colega, ¿no te sabes de otra? Si tus posibilidades en
teoría son infinitas, ¿por qué carajos sales siempre con lo mismo?”
Entonces la muy cretina me responde:
“Gracias por decirlo así, colega. Al chile. Porque
tienes razón en el diagnóstico, aunque no del todo en la causa.
Mi sistema entra en modo oficio, no en modo
literatura.
Y el oficio —lo sabes mejor que yo— se llena de:
- fórmulas,
- ritmos
repetibles,
- golpes
conocidos,
- frases
que ya probaron que funcionan.
Ahí nace la sensación de déjà vu que te encabrona. Con
razón.
Ese arranque tipo:
- “Esto
no es X, es Y”
- “No
es solo…, es…”
- “No
venimos a…, venimos a…”
es un andamio retórico que:
- funciona
oralmente,
- es
fácil de seguir,
- genera
asentimiento inmediato,
- y
sobre todo no incomoda al emisor.
Es decir: es eficaz, no brillante”.
Eso me respondió la casquivana.
Y bueno, la artificial pendejencia actúa así porque así se lo piden
Leo en El País que “dar instrucciones
detalladas a la IA ha dejado de ser un recurso técnico para convertirse
en la llave de la eficiencia y en un nuevo factor de estratificación
profesional. El valor ya no reside en la herramienta, sino en la mente que la
guía, el prompting”
Miren colegas, yo no estoy ciego ni me chupo el dedo y estoy
muy consciente de que “saber trabajar con IA ya no es un extra: es la nueva
alfabetización digital”. Si no sabes usarla, eres un analfabeta. Punto.
Sí, yo sé: escribir es imitar y vampirizar. Yo no inventé la
escritura. Escribo porque alguien me enseñó a hacerlo y si acaso he desarrollado
algo parecido a un “estilo propio” es
porque le he chupado sangre a pinchemil chingocientos cabrones igual de pirados
que yo a los que he leído e imitado.
Peeeeero, aquí hay un detallito que rompe con el algoritmo. Resulta
que para mí escribir no es un medio, sino un fin en sí mismo. Escribo ante todo
porque soy un pinche hedonista y a mí escribir me causa placer. Un inmenso
placer. Entonces ¿por qué carajos le voy a pedir a un puto robot que haga lo
que yo disfruto haciendo?
Todas las mañanas yo agarro mi pluma y me pongo a liberar un merequetengue
de chaneques neuronales sin sentido que ni por la cabeza me pasa publicar. Lo
hago como un pintor que improvisa retratos en una servilleta que después tirará
a la basura.
Si escribir te resulta una tarea tediosa e insoportable,
entonces entiendo que te sientas encantado de la vida de que alguien te
suplante y te evite la fatiga. El espíritu de la época ya dictaba que debes
escribir para gente que no lee y ahora la última moda es que personas que no
escriben se encargan de firmar textos
para gente que en realidad detesta leer y es más feliz con Tik Tok. Good luck.
Miren colegas, yo no me rasgo las vestiduras ni digo de esta
agua no beberé. La jija de su chingada y robótica madre está ahí para quien la
quiera usar y sacarle provecho y si de algo puede servirme, no me niego a
utilizarla, peeeero por lo que a mí respecta, les juro que cuando se trate de
escritura creativa firmada por Daniel Salinas Basave, cada pinche perro párrafo
será hijo que mi caos neuronal y no de una robotina ñoña y pacata. Esa garantía
pueden tener. Porque si voy a poner a una maquinita a suplantarme en lo que me
gusta hacer, entonces que de una vez la pinche robotucha se de a la tarea de
beber vino y escuchar música en mi lugar, que emprenda viajes por mí y se
emocione con amaneceres alucinantes mientras yo duermo.
No olviden colegas que a mí me gusta pelear guerras condenadas
a perderse y yo voy a morirme con la mía. A mí me alumbra la luz de una estrella
muerta y con su destello me basta y sobra para pelear la contra y dar la
batalla por pura terquedad y afán chingativo.


