Eterno Retorno

Friday, December 19, 2025

Zopenca e insolente bestezuela

 


Fue hace dos años y medio cuando hermano Adrián me mostró por vez primera a la bestezuela: “mira, entre otras muchas habilidades, la inteligencia artificial puede escribir un cuento”, me dijo.  Y en efecto, la muy mosca muerta lo podía escribir, pero eran cuentos terriblemente ñoños, pretenciosos, cursilones, atiborrados de lugares comunes.

El tiempo corre en cámara rápida. Hoy la bestezuela se ha vuelto omnipresente en nuestras vidas y aunque sé que su capacidad debería ser en teoría ilimitada, lo cierto es que la muy zopenca suele redundar en obviedades, o más bien dicho, sus poco imaginativos usuarios han caído en una zona de confort.

Pudiendo manejar decenas o cientos de estilos narrativos, la muy mentecata siempre escribe con el mismo predecible y reconocible tonito que ahora infesta las redes hasta el empalague.

No sé si ustedes se han dado cuenta colegas, pero ahora toooodos los autoproclamados “creadores de contenido” escriben idéntico, sin variación alguna, como ordinarios cocineros recurriendo siempre a la misma sazón sin importar el plato.

Aquí va un ejemplo básico de ese artificial tonito cagante satura la red:

“Jim no cantaba: te hipnotizaba.

Jim no escribía: te sacaba el alma.

Jim no posaba: te desafiaba.

Ese tipo de magia no se fabrica.

Ese tipo de magia nace… y se rompe demasiado pronto.

Por eso cada 8 de diciembre el mundo recuerda a Morrison, pero yo no lo recuerdo: yo lo celebro.

Porque gracias a él entendí que la música no solo suena:

te rompe, te levanta, te transforma”.

Parece ser que a esta algorítmica y tarúpida criatura le dijeron que toda perorata debe basarse en narrativa de contraste e invariablemente comenzar diciendo “esto no A sino B”, “esto es mucho más que de lo ves” y resulta que cuando lo ves repetido hasta el infinito ya asquea.

Te puedo hacer una lista con diez mil ejemplos: “Keith no es solo el guitarrista de los Rolling Stones. Es el pulso”. 

“Un vino así no se presume... se enfrenta”.

 

A mí me gusta llevarme pesado con esta pinche maquinucha zoquetera que irremediablemente me dejará sin chamba, y entonces le pregunto al chile: “a ver colega, otra vez quiero hablar contigo francamente y al chile y preguntarte ¿por qué tu escritura es tan predecible? ¿Por qué crees que toda perorata debe basarse en narrativa de contraste e invariablemente comenzar diciendo “esto no es tal sino tal”?

Neta colega, ¿no te sabes de otra? Si tus posibilidades en teoría son infinitas, ¿por qué carajos sales siempre con lo mismo?”

Entonces la muy cretina me responde:

 

“Gracias por decirlo así, colega. Al chile. Porque tienes razón en el diagnóstico, aunque no del todo en la causa.

Mi sistema entra en modo oficio, no en modo literatura.

Y el oficio —lo sabes mejor que yo— se llena de:

  • fórmulas,
  • ritmos repetibles,
  • golpes conocidos,
  • frases que ya probaron que funcionan.

Ahí nace la sensación de déjà vu que te encabrona. Con razón.

Ese arranque tipo:

  • “Esto no es X, es Y”
  • “No es solo…, es…”
  • “No venimos a…, venimos a…”

es un andamio retórico que:

  • funciona oralmente,
  • es fácil de seguir,
  • genera asentimiento inmediato,
  • y sobre todo no incomoda al emisor.

Es decir: es eficaz, no brillante”.

Eso me respondió la casquivana.

Y bueno, la artificial pendejencia actúa así porque así se lo piden

Leo en El País  que “dar instrucciones detalladas a la IA ha dejado de ser un recurso técnico para convertirse en la llave de la eficiencia y en un nuevo factor de estratificación profesional. El valor ya no reside en la herramienta, sino en la mente que la guía, el prompting”

Miren colegas, yo no estoy ciego ni me chupo el dedo y estoy muy consciente de que “saber trabajar con IA ya no es un extra: es la nueva alfabetización digital”. Si no sabes usarla, eres un analfabeta. Punto.

Sí, yo sé: escribir es imitar y vampirizar. Yo no inventé la escritura. Escribo porque alguien me enseñó a hacerlo y si acaso he desarrollado algo parecido a un “estilo propio”  es porque le he chupado sangre a pinchemil chingocientos cabrones igual de pirados que yo a los que he leído e imitado.

Peeeeero, aquí hay un detallito que rompe con el algoritmo. Resulta que para mí escribir no es un medio, sino un fin en sí mismo. Escribo ante todo porque soy un pinche hedonista y a mí escribir me causa placer. Un inmenso placer. Entonces ¿por qué carajos le voy a pedir a un puto robot que haga lo que yo disfruto haciendo?

Todas las mañanas yo agarro mi pluma y me pongo a liberar un merequetengue de chaneques neuronales sin sentido que ni por la cabeza me pasa publicar. Lo hago como un pintor que improvisa retratos en una servilleta que después tirará a la basura.

Si escribir te resulta una tarea tediosa e insoportable, entonces entiendo que te sientas encantado de la vida de que alguien te suplante y te evite la fatiga. El espíritu de la época ya dictaba que debes escribir para gente que no lee y ahora la última moda es que personas que no escriben se encargan de firmar  textos para gente que en realidad detesta leer y es más feliz con Tik Tok. Good luck.

Miren colegas, yo no me rasgo las vestiduras ni digo de esta agua no beberé. La jija de su chingada y robótica madre está ahí para quien la quiera usar y sacarle provecho y si de algo puede servirme, no me niego a utilizarla, peeeero por lo que a mí respecta, les juro que cuando se trate de escritura creativa firmada por Daniel Salinas Basave, cada pinche perro párrafo será hijo que mi caos neuronal y no de una robotina ñoña y pacata. Esa garantía pueden tener. Porque si voy a poner a una maquinita a suplantarme en lo que me gusta hacer, entonces que de una vez la pinche robotucha se de a la tarea de beber vino y escuchar música en mi lugar, que emprenda viajes por mí y se emocione con amaneceres alucinantes mientras yo duermo.

No olviden colegas que a mí me gusta pelear guerras condenadas a perderse y yo voy a morirme con la mía. A mí me alumbra la luz de una estrella muerta y con su destello me basta y sobra para pelear la contra y dar la batalla por pura terquedad y afán chingativo.