Muy pronto llegò la madrugada. El tiempo parece tener prisa. Escribo desde Monterrey, concretamente desde el lugar que fue mi cuarto desde agosto de 1992 hasta el 14 de febrero de 1999. A veces me da la impresiòn de haber habitado la prehistoria de Monterrey y la prehistoria de esta casa. Avenidas nuevas, puentes espaciales del Siglo XXII, carros modelo 2005, centros comerciales, negocios y restaurantes donde hace unos años habìa monte y sòlo monte. Monterrey tiene prisa por llegar a quien sabe donde, por crecer reproducirse y mirarse al espejo para darle un beso y transformarse en oro. Me cuesta trabajo creer que nacì y crecì aquì. Me resulta difìcil concebir que soy regio por designio de alguna deidad caprichosa.
Y aquì estoy, otra vez, sòlo para afirmar con cara de estùpido e incrèdulo: Como ha pasado el tiempo. Como diablos ha pasado tantìsimo tiempo. Mi exilio tijuanense significa habitar afuera de de la cronologìa familiar, mi permanente y voluntario destierro frente al Pacìfico es un congelar la mirada en un atardecer. Y cuando retorno me doy cuenta que lo ùnico que permanece es el cambio.
Por lo demàs, lo ùnico que puedo decir es que extraño horrores estar con Carolina en este preciso momento, pero eso me pasa siempre que llega la noche y no estoy con ella.
De cualquier manera, es bello recordar que en este mundo hay una casa y un nucleo familiar que me acepta y me quiere como soy y que ademàs me ha recibido con muchìsimo cariño y toda clase de regalos, entre ellos la nueva camisa de los Tigres en manga larga y un disco de Saratoga que me trajo Ana de Barcelona. La casa de mis padres es lo que en arquitectura llaman maximizar espacios. Cada rincòn de esta casa ha sido aprovechado y sin ser demasiado grande genera una sensaciòn permanente de inmensidad y dones creativos.
Y flota en el ambiente el olor a arrachera, la cerveza Carta Blanca y el rostro del eterno progreso regiomontano. Los anuncios panoràmicos de apoyo a los Tigres, el edificio de Cemex pintado con un mural de este gran equipo que mereciò ser el campeòn del futbol mexicano. Y sì, hay una vibra regia que llevo demasiado adentro. Mi vocaciòn por el trabajo y el ahorro, el amor por mi familia y mi absoluta devociòn por un equipo de futbol, aunada a la adicciòn por la contemplaciòn de las montañas, algo que me gusta casi tanto como contemplar los atardeceres de Playas de Tijuana. Sì, Tijuana y Monterrey son urbes norteñas, pero no se parecen en lo absoluto. No tienen nada que ver. Son vocaciones distintas, dirìase opuestas. Monterrey es orden, progreso, ascenso. Pero yo, como dirìa Fito Pàez, prefiero siempre un poco de caos. Luego entonces, prefiero Tijuana.
Y aquì estoy, otra vez, sòlo para afirmar con cara de estùpido e incrèdulo: Como ha pasado el tiempo. Como diablos ha pasado tantìsimo tiempo. Mi exilio tijuanense significa habitar afuera de de la cronologìa familiar, mi permanente y voluntario destierro frente al Pacìfico es un congelar la mirada en un atardecer. Y cuando retorno me doy cuenta que lo ùnico que permanece es el cambio.
Por lo demàs, lo ùnico que puedo decir es que extraño horrores estar con Carolina en este preciso momento, pero eso me pasa siempre que llega la noche y no estoy con ella.
De cualquier manera, es bello recordar que en este mundo hay una casa y un nucleo familiar que me acepta y me quiere como soy y que ademàs me ha recibido con muchìsimo cariño y toda clase de regalos, entre ellos la nueva camisa de los Tigres en manga larga y un disco de Saratoga que me trajo Ana de Barcelona. La casa de mis padres es lo que en arquitectura llaman maximizar espacios. Cada rincòn de esta casa ha sido aprovechado y sin ser demasiado grande genera una sensaciòn permanente de inmensidad y dones creativos.
Y flota en el ambiente el olor a arrachera, la cerveza Carta Blanca y el rostro del eterno progreso regiomontano. Los anuncios panoràmicos de apoyo a los Tigres, el edificio de Cemex pintado con un mural de este gran equipo que mereciò ser el campeòn del futbol mexicano. Y sì, hay una vibra regia que llevo demasiado adentro. Mi vocaciòn por el trabajo y el ahorro, el amor por mi familia y mi absoluta devociòn por un equipo de futbol, aunada a la adicciòn por la contemplaciòn de las montañas, algo que me gusta casi tanto como contemplar los atardeceres de Playas de Tijuana. Sì, Tijuana y Monterrey son urbes norteñas, pero no se parecen en lo absoluto. No tienen nada que ver. Son vocaciones distintas, dirìase opuestas. Monterrey es orden, progreso, ascenso. Pero yo, como dirìa Fito Pàez, prefiero siempre un poco de caos. Luego entonces, prefiero Tijuana.