Eduardo Antonio Parra siempre ha tenido la razón
Eduardo Antonio Parra es una de las personas más brutalmente honestas y directas que he conocido en este mundo libresco donde la hipocresía publirrelacionista suele ser regla y no excepción. Parra no anda por las ferias repartiendo elogios y tejiendo alianzas (no las necesita), pero al mismo tiempo es un hombre sumamente generoso. Hace doce años aceptó ser presentador de mi primer libro de cuentos, Cartografías absurdas de Daxdalia y cinco años después me acompañó a presentar Juglares del Bordo.
Me da gusto que una entrevista suya se vuelva tendencia en este microcosmos nuestro que a nadie importa. Por cierto, Parra nunca dijo nada sobre mujeres o afrodescendientes. Esas son palabras del colega reportero. Parra respondió como siempre con honestidad y no dijo nada que no sea cierto. Suscribo cada una de sus palabras. Es más, creo que se quedó corto.
Miren colegas, la moda y las tendencias siempre han existido en la industria editorial (por algo es industria). Podrías confeccionar una suerte de anuarios o almanaques históricos con fotos de la mesa de novedades de una Gandhi a lo largo del tiempo y a partir de los libros expuestos para darte una idea bastante aproximada de en qué año estás.
En 1994, cuando yo trabajaba en la Librería Castillo en Plaza San Agustín, la mesa de novedades estaba infestada de libros de oportunidad sobre el asesinato de Colosio y recetarios sobre cómo comunicarte con tus ángeles (las señoras fresas de San Pedro estaban obsesionadas con las presencias angelicales). Isabel Allende y Carlos Cuauhtémoc Sánchez también se vendían como pan caliente.
Hace unos 22 años, las mesas estaban atiborrada de imitadores de El Código Da Vinci, con sus respectivas conspiraciones templarias y misterios de las catedrales góticas. Luego se pusieron de moda los vampiritos adolescentes de estilo emo y los clones de Crepúsculo todo lo cooptaron.
En 2009, el recién fallecido Stieg Larsson consiguió que decenas de autores detectivescos escandinavos fueran traducidos en masa al español y se apoderaran de la mesa, en donde convivían con decenas de libros sobre el Chapo, los Zetas y la fallida guerra de Calderón.
En la última década, dos extraordinarios ensayos han provocado auténticos y justificados terremotos editoriales: El infinito en un junco de Irene Vallejo y Sapiens de Yuval Noah Harari.
La literatura japonesa también ha sentado sus reales, cosa que celebro. Hoy existen incluso secciones de libros de gatos nipones (he llegado a contar hasta ocho portadas distintas de gatitos kawai en una mesa).
Las modas y tendencias siempre dejarán por herencia dos o tres obras que superarán la prueba del añejo y se seguirán leyendo muchos años después. En contraparte, habrá varias decenas que serán olvido absoluto más temprano que tarde. Selección natural le llaman.
El problema con la ondita woke que desde unos años para acá infestó las mesas de novedades, es que va más allá de una temática o un estilo. Se trata más bien de un catecismo, un intento de conquista espiritual que te mira y te juzga desde su aura de pretendida superioridad moral.
La literatura (o la cultura en general) se dejó someter por el espíritu de la época que todo lo impregna y contamina. El resultado es una escritura panfletaria, militante o sectaria, caracterizada por la pérdida total del sentido del humor y perspectiva histórica.
Cuando todos los discursitos y la palabrería de contraportada no son más que refritos de lo mismo y te topas con personas que creen que la buena literatura es sinónimo de abanderar las causas políticamente correctas que están de moda, la única conclusión posible es que algo se ha podrido.
Hay algo en el espíritu de la época que apesta y es sobre todo esa moralina puritana omnipresente cuya respuesta frente a todo aquello que les indigna es cancelar, eliminar, anular o bloquear, pues como ocurre en las teocracias y en el tribunal del santo oficio, solo hay un dogma de fe aceptado y lo que de él se aparte es herejía. ¿Saben por qué soy ateo colegas? Porque yo no acepto dogmas de fe. Yo repudio toda forma de catecismo pero la nueva ondita woke es esencialmente catequista y evangelizadora. Sus personajes son prototipos, sus historias (si es que las hay) son parábolas.
El mundo cultural fue usurpado por una caterva de neo mojigatos obsesionados con el lenguaje políticamente correcto; un hatajo de ridículos inquisidores empeñados en detectar vestigios de racismo, colonialismo o sexismo en caricaturas y canciones infantiles. En los Estados Unidos y en Canadá ha sido mucho más grave, pero México no ha estado exento.
Soy un lector omnívoro y hedonista cuya única motivación de lectura es el puro y vil principio del placer. Como no soy ni he sido nunca un académico ni trabajo en alguna editorial o institución cultural, leo solo lo que me apetece y mi radio de tolerancia es amplísimo. A mí, como a los tlacuaches, me gusta comer de todo, pero también hay cosas que me provocan arcadas.
Vaya, cada libro en este mundo, por aburrido que sea, encontrará su lector, pero cuando todo absolutamente huele a títulos como “resignificar las postnarrtivas queer en el contexto de lxs nuevas masculinidades” o “deconstruir y repensar la poética del nuevo anticolonialismo transgénero”, me cuesta horrores no reprimir un descomunal bostezo. De hueva… de huevísima absoluta todo eso. Eso o leer un libro de Escrivá de Balaguer es exactamente lo mismo.
Lector he sido desde niño y ya me quedó claro que voy a leer hasta el día en que me muera, pero durante un breve periodo de mi vida, durante la década pasada, también me dio por saltar el ruedo escritural. Escribí un chingo, tomé por asalto algunos concursos y como esos billaristas borrachos que una noche cualquiera salen inspirados, pegué unas cuantas carambolas. Chiripa pura. Le entré duro a la vagancia libresca y recorrí ferias y eventos durante más de un lustro, pero después simplemente me hice a un lado y me bajé del barco a la chingada. ¿Por qué? Porque me aburrí. Así de sencillo. Y sí, mucho tuvo que ver el Zeitgeist, lo admito. Por eso y muchas cosas más, suscribo cada palabra dicha por el gran Eduardo Antonio Parra.