... y tu camino existencial dio un vuelco
Te llamas
(o te llamabas) Pierluigi; naciste, creciste, soñaste, deliraste, caíste, te arrastraste y
moriste en Bérgamo y en algún lugar de
su periferia yacen tus restos, ocultos y confundidos en una fosa común a la que
nadie quiere acercarse. Tu cuerpo fue
sacado de la ciudad a la medianoche apilado dentro de un camión, como si fuera material de altísimo riesgo,
contaminante e infeccioso. Cierto, casi todo lo que ocurrió en tu existencia
ocurrió en Bérgamo, pero la dulce embriaguez de estar vivo la palpaste en otras
ciudades a las que llegaste siguiendo el peregrinaje de tu casero equipo, muy
poco dado a pisar canchas ubicadas fuera de la bota italiana.
Fuiste
parido en el 69, un año en que el mundo ardía aunque en tu lombardo microcosmos
seguía reinando la calma chicha.
En el
Bérgamo de tu infancia nunca pasaba nada y los mayores dramas familiares tenían
que ver con la pudrición de los quesos y enmohecimiento del pan. Cuarto hijo en una familia de pequeños
comerciantes abarroteros de la Cittá Bassa, creciste contemplando a la
distancia el Campo Alto, el primero de los Prealpes Bergamescos, a donde
emprendían periódicas excursiones que daban sentido a tu existencia.
Muy pronto
te fuiste revelando como el serio candidato a ocupar el puesto de oveja negra
de la familia. Burro en la escuela, dado a la vagancia, a la ensoñación y en absoluto ajeno a los
vicios, no fuiste como tus hermanos, un
solícito aprendiz en la tienda paterna y cuando tuviste edad para poner tus
brazos y tu cabeza al servicio de la economía familiar, preferiste salir a
buscarte la vida en las calles de la Cittá Bassa donde matabas las tardes
pateando pelotas de trapo, mirando mujeres inalcanzables y pepenando colillas
de cigarros en los botes de basura.
Lo único
capaz de picar tus costillas y encender la válvula de tu creatividad para
juntar un par de monedas, eran los partidos del Atalanta Bergamesca. De una
forma u otra, tu biorritmo existencial se regía por los partidos de La Dea y el fin último de tu existencia
parecía reducirse a reunir las monedas estrictamente necesarias para pagar la
entrada más barata al Atleti Azzurri
en la curva norte.
Así
llegaste a la tardía adolescencia, sin
más oficio ni beneficio que gritar los más bien escasos goles de la escuadra
local, sin saber qué carajos esperar de la vida, hasta que la vida te puso
delante al viejo Radelgardo de Benevento y tu camino existencial dio un vuelco.


