La tarde que antecedió a la noche que me abandonó, Narcisa despertó con una de las peores, si no es que la peor resaca de los últimos años, años que se caracterizaban precisamente por un rosario interminable de juergas salvajes seguidas de crudas inclementes. Tal vez debería comenzar por aclarar que soy un hombre de ideas concretas, poco adepto a las metáforas. Por ello no intenté metaforizar ni buscar simbolismo alguno cuando me di cuenta, luego de tres años de matrimonio, que la mujer con la que me casé es una puta incurable. Fue precisamente por esas épocas cuando tuve que reconocer que para ascender peldaños en el Ministerio de Finanzas, tendría que mostrar algo más que méritos profesionales y hacer otra clase de favores a mis superiores. Tras resignarme a vivir con una puta, no me quedó otra alternativa que buscar sacarle el mayor provecho posible. Por eso no tuve escrúpulos en ofrecer a mi jefe, el Ministro de Finanzas, facilitarle una noche con Narcisa a cambio de un ascenso. Mi jefe, por cierto, jamás perdía oportunidad de elogiar la belleza de mi esposa. Concerté una cita entre mi jefe y Narcisa en la sala de mi casa, pero cuando faltaban apenas unos minutos para la hora marcada, mi mujer aún chapoteaba en sus vómitos y eructaba incoherencias, herencia de dos botellas de vodka y tres rohypnoles. Sólo al escuchar el motor del carro del Ministro, me di cuenta de cuan cerca estaba de perder mi ascenso. Por ello recurrí al remedio extremo del jicarazo de agua fría, uno tras otro, hasta que Narcisa reaccionó con una sonrisa babosa y fue desnuda, empapada y tambaleante a los brazos de mi jefe, que al final se ha quedado con mi puta, con mi ascenso y con el dinero de mi liquidación que me negaron a la mañana siguiente, cuando me despidieron bajo el argumento de que la Procuraduría me había abierto una causa penal por someter a mi esposa a despiadadas torturas de agua helada.
Thursday, November 29, 2007
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