Asurbanipal, príncipe asirio, fue desde su niñez atormentado por Pazazu, demonio del Viento del Suroeste. Cuando Asurbanipal salía al desierto acaudillando ejércitos, Pazazu descargaba furiosas tormentas de arena que devastaban las tropas. Sólo Asurbanipal sobrevivía, acosado cada noche por pavorosas pesadillas.
Por consejo del oráculo, mandó Asurbanipal traer a Niggurath, artista capaz de plasmar imágenes eternas en la piel usando pigmentos vegetales. Nueve noches trabajó Niggurath dibujando con una aguja sobre el pecho de Asurbanipal. Después advirtió al príncipe que nunca viera ni dejara ver el tatuaje y sólo debía descubrir el pecho cuando Pazazu atacara.
Días después, al sentir la tormenta, Asurbanipal descubrió su pecho y la calma reinó en el desierto. Lo mismo sucedió en los viajes subsecuentes.
Cuando Asurbanipal murió de viejo, sus embalsamadores lo desnudaron y descubrieron con horror la imagen de Pazazu en su pecho. Se habló de un pacto con el demonio. Sólo Niggurath sabía la verdad; la imagen era tan espeluznante, que el mismo Pazazu se horrorizaba al verla.
Por consejo del oráculo, mandó Asurbanipal traer a Niggurath, artista capaz de plasmar imágenes eternas en la piel usando pigmentos vegetales. Nueve noches trabajó Niggurath dibujando con una aguja sobre el pecho de Asurbanipal. Después advirtió al príncipe que nunca viera ni dejara ver el tatuaje y sólo debía descubrir el pecho cuando Pazazu atacara.
Días después, al sentir la tormenta, Asurbanipal descubrió su pecho y la calma reinó en el desierto. Lo mismo sucedió en los viajes subsecuentes.
Cuando Asurbanipal murió de viejo, sus embalsamadores lo desnudaron y descubrieron con horror la imagen de Pazazu en su pecho. Se habló de un pacto con el demonio. Sólo Niggurath sabía la verdad; la imagen era tan espeluznante, que el mismo Pazazu se horrorizaba al verla.