El armisticio
La rendición debió ser incondicional. Esa fue la exigencia de mi Insomnio para admitir el armisticio. El Tratado de Paz exigía el exilio de un ejército de somníferos, menjurjes y hierbas de la más diversa ralea cuyos esfuerzos por ganar la Guerra fueron siempre infructuosos. También me exigió la entrega inmediata de los tratados kantianos y los discos de música relajante con los que inútilmente busqué invocar al sueño. El armisticio me obligaba a admitir a mi Insomnio como amo y señor. Lo más terrible fue el apartado referente a la sentencia de muerte de Morfeo, misma que debía ejecutarse sin dilaciones. A partir de ese momento mi existencia se transformó en un día largo, denso y aburrido. Perdí la capacidad de diferenciar la luz de la oscuridad, el frío del calor e incluso empecé a perder la noción de la forma humana. Lo peor fue cuando me di cuenta que mis pasos no me llevaban a ninguna parte y que al tratar de correr mis piernas se transformaban en chicle. Al final perdí la identidad: Yo era una otredad múltiple y el instante presente era el futuro de un pasado milenario. Fue entonces cuando desperté.
Cartografías en torno a la metafísica de una puerta
Cuentan que Thomas Mann, James Joyce y Marcel Proust recibieron en sus respectivas casas la fotografía en blanco y negro de dos antiguas puertas urbanas. En el reverso de la fotografía, se leía el anónimo encargo de escribir un texto literario basado en dicha imagen. Cada uno por su cuenta se puso a escribir su texto y el resultado fueron tres novelas descomunales. La de Mann fue mayor que La Montaña Mágica. Proust escribió ocho tomos con más páginas que su Busca del Tiempo Perdido, mientras que Joyce hizo de las puertas un nuevo Ulises. Los críticos y ensayistas que disertaron sobre tan monumentales obras en múltiples tratados, señalan una extraña coincidencia en las novelas: Y es que a través de las decenas de miles de páginas que se escribieron, la puerta derecha jamás se cierra, mientras que la izquierda nunca deja de reflejar a un automóvil blanco en el cristal.
La rendición debió ser incondicional. Esa fue la exigencia de mi Insomnio para admitir el armisticio. El Tratado de Paz exigía el exilio de un ejército de somníferos, menjurjes y hierbas de la más diversa ralea cuyos esfuerzos por ganar la Guerra fueron siempre infructuosos. También me exigió la entrega inmediata de los tratados kantianos y los discos de música relajante con los que inútilmente busqué invocar al sueño. El armisticio me obligaba a admitir a mi Insomnio como amo y señor. Lo más terrible fue el apartado referente a la sentencia de muerte de Morfeo, misma que debía ejecutarse sin dilaciones. A partir de ese momento mi existencia se transformó en un día largo, denso y aburrido. Perdí la capacidad de diferenciar la luz de la oscuridad, el frío del calor e incluso empecé a perder la noción de la forma humana. Lo peor fue cuando me di cuenta que mis pasos no me llevaban a ninguna parte y que al tratar de correr mis piernas se transformaban en chicle. Al final perdí la identidad: Yo era una otredad múltiple y el instante presente era el futuro de un pasado milenario. Fue entonces cuando desperté.
Cartografías en torno a la metafísica de una puerta
Cuentan que Thomas Mann, James Joyce y Marcel Proust recibieron en sus respectivas casas la fotografía en blanco y negro de dos antiguas puertas urbanas. En el reverso de la fotografía, se leía el anónimo encargo de escribir un texto literario basado en dicha imagen. Cada uno por su cuenta se puso a escribir su texto y el resultado fueron tres novelas descomunales. La de Mann fue mayor que La Montaña Mágica. Proust escribió ocho tomos con más páginas que su Busca del Tiempo Perdido, mientras que Joyce hizo de las puertas un nuevo Ulises. Los críticos y ensayistas que disertaron sobre tan monumentales obras en múltiples tratados, señalan una extraña coincidencia en las novelas: Y es que a través de las decenas de miles de páginas que se escribieron, la puerta derecha jamás se cierra, mientras que la izquierda nunca deja de reflejar a un automóvil blanco en el cristal.