Sobre mi vocación bookless
Aquí va otra confesión: Nunca en mi existencia me he inscrito a un concurso literario. Podría ser insoportablemente m-món y afirmar que lo he hecho porque estoy en totalmente contra de que sea el Gobierno quien premie una obra y de lugar por consiguiente a las “cosas nostras” del mundo cooltural, pero no me voy a arropar en el manto de una falsa dignidad. En realidad la principal razón por la que nunca en mi vida he participado es porque siempre que leo una convocatoria resulta que no tengo algo a la mano que se ajuste a sus lineamientos y generalmente padezco de una mexicanísma hueva desidiosa a la hora de ponerme a escribir para un certamen. Siempre he expresado mi odio absoluto hacia la cultura oficial y mi repulsión hacia las instituciones gubernamentales. Pero aquí tal vez aplique la frase de Groucho Marx “Estas son mis convicciones ¿No le gustan? No se preocupe, tengo otras”. Si algún día me decido a participar en un concurso y se da la casualidad del siglo de que a falta de alguien con la bendición oficial, mi trabajo resulte elegido en el tin marín de dopingüe que sin duda es el método científico que utilizan (doy por sentado que jamás leen los trabajos), es un hecho que me callaré el hocico y dejaré de vociferar contra las instituciones. Lo acepto. Así es uno de hipócrita cuando le conviene. Mal que bien, el premiecito no ha de caer nada mal. Traducido en botellas de Nebbiolo, libros nuevos de editoriales caras y unos cuantos discos, no debe ser tan despreciable ser laureado por papá gobierno. Claro, si el premio está chafón, chance y hasta sea mejor ponerse en plan de Sartre y rechazar la dádiva, pero no hay premio tan marro y escuálido que no alcance para unas bien amadas caguamas.
Este año pensé en participar en el de escritores fronterizos, pero faltan tres días y no tengo nada en las alforjas, así que se-guiré sin saber lo que se siente enviar mis alucines para que un tribunal los arroje a la basura sin siquiera leerlos. Tampoco he ido nunca a una editorial a ver como se le hace para que me puedan publicar algo. Así pues, creo que hasta la fecha el único y absoluto responsable de mi vocación de ágrafo bookless soy yo mismo.
Se solicita pollero literario
Acaso deba pagarle a Yepez para que funja como mi pollero literario y me ayude a cruzar esa infranqueable y misteriosa frontera que me separa del mundo de la literatura. No sería mala idea. Tal vez sea un buen negocio. Tengo un dimerito aho-rrado que puedo destinar a eso. He pasado demasiadas horas de mi vida mirando partidos de futbol, bebiendo cerveza, escu-chando metal y leyendo compulsivamente lo que otros escriben por mí. Tal vez si empleara la mitad de esas horas en realizar un trabajo serio, la historia podría ser muy diferente, pero a decir verdad no me interesa demasiado. No me he esforzado mu-cho en eso. La principal razón por la que aspiraría a poder vivir de la literatura y dejar el periodismo es muy banal. Creo que la mayor ventaja que tiene uno al poder vivir de sus creaciones es que puede vestir como sea. Lo que más odio de mi trabajo es el ambiente “formal” en que me desenvuelvo, con mi pelo recogido y una odiosa corbata estrangulándome. Si ser escritor me permitiera alejarme para siempre de los ambientes formales, sin acercarme demasiado a los círculos literarios, adelante, me late la idea.
Escribo mucho, eso sí que ni que, pero muy desordenadamente. Tal vez debería ponerme a hacer narrativa con la misma testarudez y falta de pasión con la que escribo un reportaje, trabajando en base a dead lines y amarrando mi mano al teclado. Pero no. Mantengo la escritura en el terreno de lo puramente hedonista. Ya bastante me jodo el lomo con los reportajes. El 90 por ciento de mis trabajos periodísticos los publico porque me pagan por ello y hasta ahora no tengo otra actividad que me de de comer. Lo de la pasión del reportero, la vena creadora y vocación de luchador social son patrañas que reservo para las convocatorias de Nuevo Periodismo. Yo soy un simple mercenario del reportaje. La última crónica que escribí con plena pa-sión fue la reseña del concierto de Rush en Chula Vista. Fuera de eso me he vuelto un profesional de la tecla que es bastante insensible a la hora de escribir. Tan solo conservo cierta vena lúdica a la hora de escribir la columna Agua Caliente que a ve-ces me hace reír un poco. También elaboro con honesta felicidad, aunque sin tiempo, las columnas Pasos de Gutenberg en Minarete y Lucretia mi reflexión en la revista regiomontana Común, ambas por simple amor al arte ¿Porque no hacerme un mercenario de la literatura? ¿Será muy difícil? Si lo soy del periodismo ¿que tan difícil serlo de las letras?
Pero no hay problema. Pueden estar seguros de que pasará un buen rato antes de que mis letras lleguen a la mesa de un ju-rado como antesala de la basura. Cada ciertos minutos el director editorial me pregunta como voy con mis reportajes y gene-ralmente voy muy atrasado, así que no veo cuando pueda robarme el tiempo para cumplir con el dead line de un certamen li-terario. Quien me manda ser periodista. Y lo peor de todo es que la infernal maldición de clase media que llevo a cuestas, tie-ne preparada su sentencia: Si algún día de mi vida estoy desempleado y tengo delante de mi todo el tiempo del mundo para escribir, tampoco lo haré pues lo coherente en esos casos es que mis minutos sean destinados a buscar desesperadamente un nuevo empleo que se encargue de esclavizarme y apuñalar mi inspiración. Así de cruel es esta vida. Chingados...