Ayer, en medio del tedio de una junta, fingía tomar apuntes muy interesado pero en realidad garabateaba unos cuantos pen-samientos morbosos que acabaron por transformarse en este mini cuento. Ustedes disculpen, pero no haya nada mejor en las alforjas.
La carroña celestial
El cadáver de Dios yace apestando en el techo de la Torre de Pisa. Es fácil deducirlo al ver la nube de cuervos revolotean-do sobre el edificio.
Cuenta uno de los albañiles de la restauración, que una noche sin luna Nietzsche escaló los peldaños de la torre cargando un costal a cuestas.
Al llegar a la azotea tanteó con los dedos el cuerpo y no sin esfuerzo (y sí con bastante asco) cargó en su espalda el bulto podrido y lo intentó meter en el costal, que para esos efectos, resultaba demasiado chico.
Nietzsche tenía prisa por largarse. El costal era insuficiente. Una pata del Creador quedó fuera de la bolsa. El filósofo em-prendió la travesía cuesta abajo, pero el asma y su paupérrima condición física, aunados a la pésima condición de la manta de la que estaba hecho el costal, le reservaban una mala jugarreta. El cadáver de Dios pesaba demasiado. Nietzsche había des-cendido más de la mitad de la torre y entonces sintió que el aire le faltaba.
Cuando hacía esfuerzos sobrehumanos por aprehender una bocanada de aire, el costal se rompió y el bulto celestial cayó al vacío.
El filósofo, colgado aún de un peldaño de la Torre, tardó todavía algunos minutos en recuperar el aire. Los pedazos del cadáver de Dios quedaron desparramados sobre las baldosas.
Engusanados como estaban los fragmentos podridos, las calles de Pisa se vieron pronto invadidas por las larvas que hasta hacía unos minutos saboreaban la carroña.
Cuando al fin recuperó el aliento, el filósofo había olvidado sus sanas intenciones de dar atea sepultura al muerto y corrió a deglutirse un curado de ajenjo.
Los pedazos de Dios fueron devorados por cuervos y ratas. Aunque el filósofo no lo percibió, afirman los jerarcas del Co-legio de Arquitectos, que la Torre ganó seis grados más de inclinación tan solo en esa noche. Las causas nunca se explicaron. Nietzsche nunca volvió a Pisa. Se piensa que el cadáver de Dios aparece de vez en cuando en el techo de la Torre. Nadie ha vuelto a verlo, aunque suponen que yace ahí, cuando el cielo se atiborra de cuervos.
DSB