Les juro que hace falta una dosis de quijotesca locura para ser reportero en un país como éste.
1- Lourdes Maldonado fue la última en tomar el micrófono
durante la vigilia en homenaje a Margarito en la glorieta de las Tijeras. Ante
las veladoras encendidas, su propuesta fue honrar al colega cada 17 de enero
otorgando el premio “Margarito Martínez Esquivel” al fotoperiodista tijuanense
que logre la mejor o más oportuna foto policiaca del año. Al momento de tomar
la palabra a Lourdes le quedaban menos de 48 horas de vida. Sin saberlo, era el
último acto público de su vida, su despedida ante el gremio. Los mismos
reporteros que la escuchaban esa noche estarían dos días después cubriendo la
noticia de su cobarde asesinato frente a las puertas de su casa. Una pregunta
fatal impregna el aire: ¿quién sigue?
2- A Margarito y a Lourdes los mataron afuera de sus
hogares y a bordo de sus vehículos. Margarito se iba yendo y Lourdes iba
llegando. Sin duda fueron acechados como presas en cacería. Imagino a sus
asesinos espiando sus movimientos, aguardando el instante oportuno para abrir
fuego. Puedo apostar que en ambos casos se trató de sicarios con experiencia.
Gente que sabe matar y sobre todo gente confiada en que por estos rumbos
asesinar no tiene consecuencias, pues un manto de impunidad les cobija.
3- El de Margarito fue el homicidio número 75 y el de
Lourdes el número 99 en lo que va de enero tan solo en el municipio de Tijuana.
El número 100 se cometió pocas horas después, la madrugada del 24 en el bar
Camelia, donde una mujer de 21 años llamada Sayra (de la que nunca nadie
volverá a hablar) fue baleada. Al momento en que escribo esto deben ir ya 105
asesinatos y la única certidumbre, atendiendo al fatal promedio, es que hoy van
a matar a alguien en esta ciudad y mañana también. Aquí no hay día sin crimen.
Alguien que en este momento está respirando pronto va a dejar de hacerlo.
Alguien que ahora mismo duerme, desayuna, camina, maneja, coge o se droga, va a
ser asesinado dentro de unas horas. Vivimos en una ciudad donde matan gente;
una ciudad donde la vida vale poco; poquísimo. Bueno, me permito ampliar el
concepto: vivimos en un país donde matan gente; un país donde la vida vale
poco; poquísimo o en realidad, nada. Mucha razón tenías José Alfredo: la vida
no vale nada por estos rumbos. Muerte sin fin, diría José Gorostiza. Sospecho
que no es sencillo ejercer el periodismo en una ciudad y en un país como éste.
4- Esta tarde, en muchas ciudades de este país donde la
vida vale tan poco, varios miles de personas marcharemos. Lo haremos porque al
parecer todavía nos corre un poco de sangre en las venas y aún no tenemos
anestesiada la capacidad de indignarnos. Cuando la tristeza y la rabia muerden,
el único camino posible es salir a la calle. Es duro ser reportero por estos
rumbos. Durante más de década y media me gané la vida ejerciendo este oficio,
pateando calle en la nota diaria y conozco las malquerencias de este camino de
vida. El asesinato es lo que más indigna porque la vida no es recuperable, pero
hay muchas formas de ir matando lentamente al periodista. Sé bien que la
primera trinchera de hostilidad y censura para un reportero suele estar en la
empresa para la que trabaja (si es que aún trabaja para alguna), que sin duda
le paga un sueldo de hambre a menudo sin prestaciones y que lo mandará a la
guerra sin protección alguna. Al reportero le quedará claro que hay ciertos
personajes intocables, que el honorable empresario que le compra publicidad a
su periódico exigirá su despido si alguna vez se atreve tocarlo. También
entenderá que el poder (priista, panista o morenista) gasta millones en la
autoalabanza y suele premiar al aplaudidor y linchar al que lo cuestione. No
puedo tener confianza en un gobierno que se rasga las vestiduras por el
asesinato de periodistas cuando cada mañana el gran predicador nacional expone,
calumnia e insulta a todo aquel comunicador que se atreve a cuestionarlo o a no
aplaudirlo y adorarlo. No, no caigo en la tentación de idealizar al periodismo.
No, no nos cubre un aura santidad y heroísmo, pero casi siempre nos cubre una
de dignidad y valentía. De acuerdo, somos (o podemos ser) unos cabronazos, pero
les juro que hace falta una dosis de quijotesca locura para ser reportero en un
país como éste.