A veces cuesta diferenciar el instante de la eternidad.
“Que 20 años no es nada” nos dice Carlos Gardel y “no es lo mismo los Tres Mosqueteros que 20 años después”, sostiene un dicho popular. En el tango gardeliano dos viejos amantes se encuentran tras dos décadas de no verse y en su idilio quieren sentir que es un soplo la vida, aunque las nieves del tiempo les hayan plateado el cabello. En la novela de Alejandro Dumas, escenificada en 1648, D’Argtagnan reúne a los mosqueteros para una nueva misión en la Inglaterra de Cromwell, pero el tiempo ha hecho de las suyas y los cuatro amigos ya no son los mismos. ¿Cuánto cabe en dos décadas? Por alguna razón, 20 años es un parámetro muy socorrido para medir los estragos de Cronos y a estas alturas me cuesta dimensionar si es mucho o poco tiempo. Este sábado se cumplen 20 años de los atentados terroristas de Nueva York y Washington. Estoy seguro que todos los que somos adultos recordamos lo que estábamos haciendo ese día y cómo vivimos la mañana de aquel martes. Por lo que a mí respecta siento que ha sido una ráfaga de viento, apenas el soplo del que habla Gardel. El 11 de septiembre de 2001 yo era un reportero de 27 años de edad que estaba a punto de enfrentarme al mayor desafío profesional de mi vida cuando el periódico Frontera me comisionó para ir a Nueva York a cubrir las secuelas de los atentados. Me cuesta horrores dimensionar el tiempo transcurrido, sobre todo porque yo siento ser el mismo que caminaba por las calles de la Gran Manzana en busca de historias para narrar, aunque el mundo ha cambiado muchísimo desde entonces. Baste señalar que en términos periodísticos, aquella fue todavía una cobertura del siglo pasado en donde la antigua televisión fue ama y señora. ¿Se imaginan cómo se habría vivido el 11 de septiembre con Twitter, Facebook y la omnipresencia de los teléfonos inteligentes? Yo juro que no he cambiado nada pero hoy a la distancia mi única conclusión es que mi cobertura fue anacrónica, diría prehistórica. El mundo no es el mismo y tampoco el espíritu de la época. El planeta es un sitio inseguro, el terrorismo ha matado a miles de personas desde entonces, Afganistán vuelve a ser noticia de primera plana y cruzar fronteras requiere armarse de paciencia y tolerancia. México se ha polarizado políticamente a niveles patológicos y el omnipresente ágora de las redes sociales es una cacofonía de dogmas y linchamientos en nombre de verdades absolutas. Los 20 años que han corrido del 2001 al 2021 tienen esencia de tren bala, máxime si los comparo con los transcurridos de 1981 a 2001. Vaya, en septiembre de 1981 yo tenía siete años de edad y acababa de entrar a segundo de primaria en el Liceo Anglo Francés de Monterrey. De ese momento a mis correrías reporteriles en Nueva York transcurrió la eternidad. Esos dos periodos de 20 años se vivieron en velocidades contrastantes. Me aterra cuando pienso que ahora mismo estamos tan lejos del 2001 como lo estamos del 2041 y más aterrorizante aún es anticipar la prisa con la que correrán los años venideros. Con brutal franqueza no imagino llegar a los 67 años, pero tampoco esperaba llegar a esta edad para ser franco. ¿Cómo será nuestro mundo en ese entonces? ¿Estaremos ya en vías de convertirnos en el híbrido de homo sapiens y robot que ha pronosticado el filósofo israelí Yuval Noah Harari? Lo más alucinante es pensar que mi hijo Iker tendría 31 años. A veces cuesta diferenciar el instante de la eternidad.