Un alto en el camino
Detesto las confesiones y las vestiduras rasgadas. Me resultan aberrantes esos seres que se creen con derecho a escribir sobre sus vivencias en bajos fondos e infiernos de diversa ralea desde una hipócrita óptica moralista. Eso solo se lo permito a un erudito como Thomas de Quincey y sus doctas Confesiones de un opiómano inglés. Fuera de eso, me resultan deprimentes las reveladoras verdades de artistillas de mierda que te relatan, desde una cómoda orilla yuppie, sus andanzas en el mundo de la drogadicción, las putas, los teporochos y la delincuencia. La malandra vida pues. En casi todos los casos, estos redimidos personajes te relatan con cierto morbo sus aventuras en los pantanos del vicio y por regla general la historia termina con una divina rehabilitación, una revelación de tipo celestial, un darse cuenta de los auténticos valores de la vida y hasta se permiten alguna frase rimbombante o guía de pasos al más puro estilo de libro de superación personal. Al carajo con esos pinches libros que solo pretenden vender miles de ejemplares recetándote anécdotas aderezadas con morbo light y recetas baratas de valores judeocristianoides. Un ejemplo es la Nación Prozac de Elizabeth Wurtzel, pero hay miles, pues este tipo de bodrios sobran en las librerías.
Por ello me cuesta trabajo ponerme a escribir de manera objetiva acerca de mis vicios, pasados y pre-sentes, pues no pretendo ser un Malcolm Lowry o Irvine Welsh, pero mucho menos sonar a un hipó-crita redentor de AA.
No exagero si digo que he pasado la mitad de mi vida bebiendo de manera más que regular. Mis primeros tragos fueron a los 13 años y las primeras pedas duras, llámese acabar vomitando, fueron a los 14. De una u otra forma la bebida siempre ha estado presente en mi vida, desde las mil y un pedas adolescentes, hasta el casero beber de mis adultos días actuales. No se si soy alcohólico. No lo niego ni lo afirmo. Pero hace muchos, muchísimos años, que no paso un fin de semana sin beber. Sí, es cierto que rara vez se me ve en las cantinas o en los antros, que mi tremenda resistencia etílica es una vacuna contra los escupitajos compulsivos de pendejadas de las que uno pueda arrepentirse, pe-ro la realidad es que siempre bebo.
Podría ponerme a contar muchas anécdotas chuscas, alucinantes, aberrantes, pero no es la intención. Por esta sangre han pasado cantidad de porquerías y este cuerpo ha corrido demasiados riesgos. No presumo ni me arrepiento de nada. He vivido simplemente lo que he tenido que vivir. Jamás he tenido algo parecido a una rehabilitación o una revelación astral o lección de vida que me haga enderezar el camino. De hecho no creo en caminos enderezados o torcidos. Simplemente vas creando tus propias circunstancias y te adaptas a las que la aleatoridad y tu físico te van poniendo en el camino. Hoy en día soy un hombre que lleva una vida digamos en exceso tranquila y disfruta en demasía su hogar. Soy monogámico por vocación, amo a mi esposa y no siento que me haya privado o me prive actualmente de algún placer. Se pregunta mi colega el Chango 100 como es que disfruto de la paz. Bueno, no es que hoy haya encontrado el camino correcto y abandonado el malo. Simplemente, en la medida de mis posibilidades, vivo la vida que me gusta vivir y como me gusta vivirla.
A veces requiero un poco de caos, pero mi caos es interno y solitario. No lo encuentro en los antros, ni en las fiestas, ni en los eventos culturales, ni en las pedas masculinas atiborradas de verdades absolutas, disertaciones filosóficas y confesiones bo-rrachas. Para vivir solo necesito a Carolina y para alegrar el instante requiero buenas dosis de metal, mucha literatura y buen vino tinto. Es este último punto el que me preocupa y el que ha motivado toda esta perorata. Mal que bien, el vino juega un papel importante en mi vida y quiero saber, o probarme a mi mismo, hasta que punto puedo ser libre de él. No es por cuestiones morales ni por tratar de ser políticamente correcto. Jamás he chocado en estado de ebriedad, ni he faltado al trabajo por una cruda ni he dicho algo de lo que pueda arrepentirme. Si un día me oyen pronunciar aberraciones tales como creo en Dios, votaré por el PAN, le voy a los rayados y amo a Estados Unidos en medio de una peda, entonces sí que nos podemos empezar a preocupar, a creer que mis neuronas están jodidas y que estoy desvariando. Pero afortunadamente el vino simplemente me hace gozar de un delicioso Carpe Diem y no confundir la vida. Lo único que me preocupa es la cuestión física. Hasta ahora no he padecido ninguna enfermedad derivada del vino y mi hígado, creo yo, está en buenas condiciones. Mi cuerpo ha sido noble pero no quiero llegar a los 30 años consumiendo los mismos litros de alcohol, pues algún día la máquina se va a estropear y si algo amo en demasía es la salud. El consumo de vino es hoy en día el único de mis placeres que puede acarrearme un daño. No fumo ni consumo ningún otro tipo de porquería. Mis otros vicios, la literatura, el metal y el futbol, no son nocivos para la salud (bueno el metal un poco para los tímpanos, he de reconocer). Si me demuestro a mi mismo que puedo ser libre del alcohol, entonces voy ganando el partido. No voy a entrar a AA ni me voy a poner en plan de Staight Edge al estilo Minor Threat ni voy a dejar de beber para siempre. Simplemente haré el ejercicio de privarme de este placer unos cuantos fines de semana, empezando por este. El siguiente ya veremos- ¿Será posible? Hagan sus apuestas señores-
Detesto las confesiones y las vestiduras rasgadas. Me resultan aberrantes esos seres que se creen con derecho a escribir sobre sus vivencias en bajos fondos e infiernos de diversa ralea desde una hipócrita óptica moralista. Eso solo se lo permito a un erudito como Thomas de Quincey y sus doctas Confesiones de un opiómano inglés. Fuera de eso, me resultan deprimentes las reveladoras verdades de artistillas de mierda que te relatan, desde una cómoda orilla yuppie, sus andanzas en el mundo de la drogadicción, las putas, los teporochos y la delincuencia. La malandra vida pues. En casi todos los casos, estos redimidos personajes te relatan con cierto morbo sus aventuras en los pantanos del vicio y por regla general la historia termina con una divina rehabilitación, una revelación de tipo celestial, un darse cuenta de los auténticos valores de la vida y hasta se permiten alguna frase rimbombante o guía de pasos al más puro estilo de libro de superación personal. Al carajo con esos pinches libros que solo pretenden vender miles de ejemplares recetándote anécdotas aderezadas con morbo light y recetas baratas de valores judeocristianoides. Un ejemplo es la Nación Prozac de Elizabeth Wurtzel, pero hay miles, pues este tipo de bodrios sobran en las librerías.
Por ello me cuesta trabajo ponerme a escribir de manera objetiva acerca de mis vicios, pasados y pre-sentes, pues no pretendo ser un Malcolm Lowry o Irvine Welsh, pero mucho menos sonar a un hipó-crita redentor de AA.
No exagero si digo que he pasado la mitad de mi vida bebiendo de manera más que regular. Mis primeros tragos fueron a los 13 años y las primeras pedas duras, llámese acabar vomitando, fueron a los 14. De una u otra forma la bebida siempre ha estado presente en mi vida, desde las mil y un pedas adolescentes, hasta el casero beber de mis adultos días actuales. No se si soy alcohólico. No lo niego ni lo afirmo. Pero hace muchos, muchísimos años, que no paso un fin de semana sin beber. Sí, es cierto que rara vez se me ve en las cantinas o en los antros, que mi tremenda resistencia etílica es una vacuna contra los escupitajos compulsivos de pendejadas de las que uno pueda arrepentirse, pe-ro la realidad es que siempre bebo.
Podría ponerme a contar muchas anécdotas chuscas, alucinantes, aberrantes, pero no es la intención. Por esta sangre han pasado cantidad de porquerías y este cuerpo ha corrido demasiados riesgos. No presumo ni me arrepiento de nada. He vivido simplemente lo que he tenido que vivir. Jamás he tenido algo parecido a una rehabilitación o una revelación astral o lección de vida que me haga enderezar el camino. De hecho no creo en caminos enderezados o torcidos. Simplemente vas creando tus propias circunstancias y te adaptas a las que la aleatoridad y tu físico te van poniendo en el camino. Hoy en día soy un hombre que lleva una vida digamos en exceso tranquila y disfruta en demasía su hogar. Soy monogámico por vocación, amo a mi esposa y no siento que me haya privado o me prive actualmente de algún placer. Se pregunta mi colega el Chango 100 como es que disfruto de la paz. Bueno, no es que hoy haya encontrado el camino correcto y abandonado el malo. Simplemente, en la medida de mis posibilidades, vivo la vida que me gusta vivir y como me gusta vivirla.
A veces requiero un poco de caos, pero mi caos es interno y solitario. No lo encuentro en los antros, ni en las fiestas, ni en los eventos culturales, ni en las pedas masculinas atiborradas de verdades absolutas, disertaciones filosóficas y confesiones bo-rrachas. Para vivir solo necesito a Carolina y para alegrar el instante requiero buenas dosis de metal, mucha literatura y buen vino tinto. Es este último punto el que me preocupa y el que ha motivado toda esta perorata. Mal que bien, el vino juega un papel importante en mi vida y quiero saber, o probarme a mi mismo, hasta que punto puedo ser libre de él. No es por cuestiones morales ni por tratar de ser políticamente correcto. Jamás he chocado en estado de ebriedad, ni he faltado al trabajo por una cruda ni he dicho algo de lo que pueda arrepentirme. Si un día me oyen pronunciar aberraciones tales como creo en Dios, votaré por el PAN, le voy a los rayados y amo a Estados Unidos en medio de una peda, entonces sí que nos podemos empezar a preocupar, a creer que mis neuronas están jodidas y que estoy desvariando. Pero afortunadamente el vino simplemente me hace gozar de un delicioso Carpe Diem y no confundir la vida. Lo único que me preocupa es la cuestión física. Hasta ahora no he padecido ninguna enfermedad derivada del vino y mi hígado, creo yo, está en buenas condiciones. Mi cuerpo ha sido noble pero no quiero llegar a los 30 años consumiendo los mismos litros de alcohol, pues algún día la máquina se va a estropear y si algo amo en demasía es la salud. El consumo de vino es hoy en día el único de mis placeres que puede acarrearme un daño. No fumo ni consumo ningún otro tipo de porquería. Mis otros vicios, la literatura, el metal y el futbol, no son nocivos para la salud (bueno el metal un poco para los tímpanos, he de reconocer). Si me demuestro a mi mismo que puedo ser libre del alcohol, entonces voy ganando el partido. No voy a entrar a AA ni me voy a poner en plan de Staight Edge al estilo Minor Threat ni voy a dejar de beber para siempre. Simplemente haré el ejercicio de privarme de este placer unos cuantos fines de semana, empezando por este. El siguiente ya veremos- ¿Será posible? Hagan sus apuestas señores-