Esclavo de la nave
Esto es la crónica de una pinche catástrofe anunciada. Es ver la tempestad y no arrodillarse. Sabía que cuando esto sucediera la íbamos a pasar mal e intuía (no se necesita ser profeta para saberlo) que tarde o temprano iba a ocurrir. Lo Anticipaba y me lo anticiparon. Todo mundo lo cuestionaba: - ¿Y que vas a hacer allá tan lejos si te falla el carro?- Pero el carro no fallaba. Fui puntual con los cambios de aceites, moderado con las castoreadas, jamás faltó gasolina en el tanque, pero cuatro meses y seis días después de habitar oficialmente en dónde el diablo se echó un pedo y ya no huele, el carro decidió no encender más. Así como así, sin hacer grandes aspavientos ni lanzar advertencias previas.
La tarde de ayer el carro simplemente no encendió. Y no es batería muerta, pues el estéreo y las luces encienden perfectamente. Por fortuna eligió el lugar más adecuado para hacer el berrinche: El esta-cionamiento de Frontera. No quiero imaginarme lo que hubiera sucedido si lo hace en la madrugada del sábado en un oscuro estacionamiento luego de tres botellas de merlot o a temprana hora de la mañana cuando vamos vueltos madres al trabajo. Dentro de los males, el menor.
Y sí, alguien podrá cuestionar, a este pinche fresita que nació sobre ruedas se le acaba el mundo sin su vehículo. Pues eso es lo peor de todo. Yo soy un as para moverme en transporte público y me la rifo caminando grandes distancias. En todas las casas que he vivido en cuatro diferentes ciudades, siempre me las he arreglado para moverme sin carro. Camiones, burras, taxis, muchísima bicicleta y harta pierna para caminar. Durante cuatro años habité en Playas y jamás fui esclavo de un vehículo. Incluso habitando en el recóndito pueblecito de Groton Massachussets me movía en bici hasta la estación de tren. Pero donde vivimos ahora no hay de otra. Carro o carro a huevo, quieras o no. Las distancias que nos separan de Rosarito y Tijuana no son caminables, además de que caminar por la escénica en la noche puede ser un suicidio. La situación me pone de un humor perruno. Yo jamás había sido esclavo de una nave y ahora lo soy. Para poder salir de casa es necesario pedir un taxi libre de Rosarito que nos vaya a recoger. Dicho taxi nos deja a la entrada de Rosarito, por donde está el Calimax y de ahí tomamos otro taxi hasta Tijuana centro y de ahí otro para el trabajo. Una reverenda e inhumana joda.
Pero el señor quería vivir lejos, apartado de la ciudad, el bullicio y la falsa sociedad, en un rinconcito apacible y con vista al mar. Ahora a pagar el precio y a sufrir. Por lo pronto debo dejar de escribir y hablarle al pinche mecánico. ¡ ¡¡¡¡MIERDA ¡¡¡¡¡¡
Esto es la crónica de una pinche catástrofe anunciada. Es ver la tempestad y no arrodillarse. Sabía que cuando esto sucediera la íbamos a pasar mal e intuía (no se necesita ser profeta para saberlo) que tarde o temprano iba a ocurrir. Lo Anticipaba y me lo anticiparon. Todo mundo lo cuestionaba: - ¿Y que vas a hacer allá tan lejos si te falla el carro?- Pero el carro no fallaba. Fui puntual con los cambios de aceites, moderado con las castoreadas, jamás faltó gasolina en el tanque, pero cuatro meses y seis días después de habitar oficialmente en dónde el diablo se echó un pedo y ya no huele, el carro decidió no encender más. Así como así, sin hacer grandes aspavientos ni lanzar advertencias previas.
La tarde de ayer el carro simplemente no encendió. Y no es batería muerta, pues el estéreo y las luces encienden perfectamente. Por fortuna eligió el lugar más adecuado para hacer el berrinche: El esta-cionamiento de Frontera. No quiero imaginarme lo que hubiera sucedido si lo hace en la madrugada del sábado en un oscuro estacionamiento luego de tres botellas de merlot o a temprana hora de la mañana cuando vamos vueltos madres al trabajo. Dentro de los males, el menor.
Y sí, alguien podrá cuestionar, a este pinche fresita que nació sobre ruedas se le acaba el mundo sin su vehículo. Pues eso es lo peor de todo. Yo soy un as para moverme en transporte público y me la rifo caminando grandes distancias. En todas las casas que he vivido en cuatro diferentes ciudades, siempre me las he arreglado para moverme sin carro. Camiones, burras, taxis, muchísima bicicleta y harta pierna para caminar. Durante cuatro años habité en Playas y jamás fui esclavo de un vehículo. Incluso habitando en el recóndito pueblecito de Groton Massachussets me movía en bici hasta la estación de tren. Pero donde vivimos ahora no hay de otra. Carro o carro a huevo, quieras o no. Las distancias que nos separan de Rosarito y Tijuana no son caminables, además de que caminar por la escénica en la noche puede ser un suicidio. La situación me pone de un humor perruno. Yo jamás había sido esclavo de una nave y ahora lo soy. Para poder salir de casa es necesario pedir un taxi libre de Rosarito que nos vaya a recoger. Dicho taxi nos deja a la entrada de Rosarito, por donde está el Calimax y de ahí tomamos otro taxi hasta Tijuana centro y de ahí otro para el trabajo. Una reverenda e inhumana joda.
Pero el señor quería vivir lejos, apartado de la ciudad, el bullicio y la falsa sociedad, en un rinconcito apacible y con vista al mar. Ahora a pagar el precio y a sufrir. Por lo pronto debo dejar de escribir y hablarle al pinche mecánico. ¡ ¡¡¡¡MIERDA ¡¡¡¡¡¡