Eterno Retorno

Wednesday, October 29, 2003

Luego de tres días de estar cubierto por el humo y lucir un color gris rojizo, el cielo de San Diego volvió a pintarse de azul.
Y con algo de retraso, yo entré de lleno al tema de los incendios sandieguinos del que me había man-tenido al margen en el plano profesional.
No entiendo como es que no hubo gente nuestra el lunes y el martes de la misma forma que no en-tiendo la fotografía que publicamos en primera plana el día 27.
Coincido con Angelopolis en que nuestra cobertura ha sido muy conservadora, un adjetivo muy benévolo por cierto.
La cuestión es que luego de mantenerme al margen, le entré de lleno al tema y hoy por la mañana me lancé con el Tizoc a buscar historias de gente que hubiera perdido su hogar.
Los albergues estaban ya casi todos vacíos, así que nos lanzamos a ver los vecindarios más afectados.
A los que les tocó bailar con la más fea es a los habitantes de Scripps Ranch, concretamente los de la calle Fairbrook.
No bromeo ni exagero cuando hablo de casas absolutamente carbonizadas, convertidas en montones de cenizas.
Algunas, como podrán apreciar en nuestra edición de mañana, con sus adornos de Helloween, cala-bacita, gatito negro y bruja, como mudos testigos de la devastación en flamas. También me llamó la atención ver esculturas y arquitectura wanabe greco romana emergiendo espectral entre las cenizas.
Fotos muy curadas la mera verdad y estampas muy pintorescas las que me tocó ver. No es que sea indiferente al dolor, pero la mayoría de las casas chamuscadas estaban debidamente aseguradas.
Ahora que me pongo a meditar, es la primera vez que me toca ver a gente bonita ser víctima de un desastre natural. Y es que en Scripps Ranch vivía pura nice american family, blanca, anglosajona y protestante, casas con alberquita, cancha de basquet, jardín para hacer barbecue los fines de semana disfrutando la NFL, con sus muebles IKEA, sus carros de modelos posteriores al 2000 y su fe en el Governator. Salvo el caso de los familiares de las víctimas del WTC en NY, que no fue un desastre na-tural, siempre me toca ver sufrir a los jodidos. Bueno, he visto a los burgueses de Chipinque cagados de miedo cuando se incendia la Sierra Madre, pero nunca me ha tocado ver que pierdan sus casas.
A menudo veo padecer a la gente de las colonias populares, a esos que parecen nacidos, manufactu-rados, educados y destinados a la eterna derrota. Pero no muy a menudo puedes ver a gringuitas de bellos ojos hurgando entre los carbones de lo que fue su hogar, que por cierto pagará el seguro. Los ricos nunca pierden y si son gringos menos. En cierta forma se tomaron hasta con cierto sentido del humor la tragedia, si bien el domingo se debieron zurrar al ver de cerca a la Santísima. De cualquier manera, toda la gente que entrevisté se mostró relajada y ninguno se soltó chillando. Una doña me dijo que lo más lamentable era perder las fotos de sus niños cuando eran bebés, pues jamás volverían a tener esa edad y salvo un matrimonio de whitetrashers que perdieron su casa móvil, los demás se tomaron con relativa calma la tragedia.
Por cierto que los whitetrashers nos pidieron aventón a Hill Crest y los cabrones se bajaron así como así, a media calle, con una patrulla atrás. Pensamos que nos iban a parar, pero la tira se fue de largo. Por lo demás, el cielo californiano vuelve a ser azul y yo sigo apestando a ceniza.