Imagen actual Salinas Basave
He tenido la fortuna de ser dos veces retratado por un talentosísimo fotógrafo como es Ale Meter. La primera vez fue el pasado 7 de noviembre en los jardines de la Universidad de San Diego (a escasas horas del triunfo de Trump) y la segunda ocurrió cinco meses después en un lugar harto distinto, frente a la Casa de Adobe de Ciudad Juárez, en la encrucijada entre los estados de Chihuahua, Nuevo México y Texas. Ale - porteño de muy buena ley autoexiliado a California, catedrático en San Diego y seguidor de Boca- es un hechicero de la lente. La última buena foto que me habían tomado en mi vida se remonta al verano de 2012. El gran Eduardo de Régules me hizo una serie de retratos para una revista que entonces circulaba y una imagen tomada en la Librería El Día se quedó a vivir en la solapa de cinco libros. Hay quien me dice que el güero de aquellas fotos debe ser mi hermanito pequeño, un joven flaco del siglo pasado. Lo increíble (o acaso deba decir lo terrorífico) es que esa foto fue tomada hace apenas cinco años. En ese lustro transcurrido se han sumado a mi existencia siete libros, unos treinta kilos, una marabunta de cervezas y whiskochos diversos, muchos centímetros de greña y chingomil kilómetros de vagancia. No, no es en definitiva la imagen de un yogui o un runner lo que están viendo. Después de semejante ciclón y desbarrancadero, Ale ha captado la esencia del sobreviviente que avanza con la bandera en alto tras cruzar el umbral de las cuatro décadas, acaso el rostro que corresponde a alguien que va por la vida con un libro llamado Días de whisky malo bajo el brazo.
Gracias Ale. Estoy en deuda contigo.