Deambulan por la zona vieja del puerto de Veracruz, a unos metros del café de la Parroquia. En sus pieles yace la huella de mil y un soles asesinos y los estragos de una vida náufraga y teporocha consagrada a desafiar la hostilidad de la calle. Cuatro o cinco de ellos me rodean cuando me acerco a tomar una foto de los barcos y me piden que arroje una moneda de diez pesos al mar. Les pregunto si acaso es un ritual de buena suerte y me responden que sí, que sin duda me irá de maravilla, sobre todo si son varias las monedas ofrendadas al Golfo de México. Arrojo los diez pesos al mar y antes de que la moneda caiga en el agua tres de ellos se han tirado un clavado. No han pasado ni siquiera cuatro segundos cuando el triunfador sale a la superficie con la moneda en la mano y me pide que arroje más. En lugar de simplemente extender la mano para pedir limosna, estos jarochos ofrecen a cambio de tus diez pesos el espectáculo de su habilidad como clavadistas y nadadores. Hay un millón de formas de pelear por una moneda y hoy en día esa pelea es cada vez más encarnizada. Somos animales en un ecosistema hostil y cambiante, bestias acorraladas partiéndose el alma por sobrevivir. Ellos se arrojan a las sucias aguas de un puerto y otros nos arrojamos sobre premios literarios. Al final de cuentas somos idénticos.
Thursday, May 04, 2017
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