Cuando el Hotel Rosarito deviene en Palacio de Minería, un recinto ferial de patrañosos horarios en donde he de presentar uno o dos libros de historia rosaritense, de pasta dura y frágiles hojas (pero no de baratos cartones y burdos colores pastel como la biblioteca del historian). No me queda claro si soy autor del libro o solo participo de alguna manera y ni siquiera sé si en verdad lo presento o si aquello es un premio de consolación. El texto trata sobre un ancestral Rosarito casi virreinal en donde hay ranchos y misiones donde vivir despavorido por las incursiones kiliwas parece ser el estado natural. No recuerdo si las páginas derrochaban arte de cartógrafo, pero al menos cumplían con regalar dibujos y fotografías de huesos y animales despellejados por el malón kiliwa procedente de la sinaloense lejanía. En una mesa de comedero yacían un par de libros rayados con pluma roja y a punto del desmembramiento (alguien rayó un intento de monito en la primera página) Le digo a un empleado que alguien dejó olvidados dos libros. Naaa, nada de eso. A propósito los han tirado. Nadie los quiere. Al final, creo, no presenté ni putas madres. En cualquier caso, fue una noche larga.
Wednesday, March 06, 2019
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