Rehabilitarme, controlarme, amarrarme las manos ¿Será posible?
Uno de mis propósitos para el 2018 es moderar al extremo mi adquisición de nuevos libros. A priori parece un proyecto condenado al fracaso como las dietas u otras utopías de enmienda, pero aunque conozco mis debilidades y la pata de la que cojeo, se vale morir en el intento. No es sencillo rehabilitarme, pero al menos la intención existe. El problema es únicamente de espacio. El cuarto destinado a almacenar libros (al que siendo benévolos podríamos llamar estudio, por llamarlo de alguna forma) es el mismo desde hace años. El problema es que en esos tres lustros han entrado a casa miles de libros y aunque han salido algunos cientos, siempre son muchos más los que entran. Actualmente hay dentro de esta casa alrededor de 4 mil libros y mi única conclusión es que toda biblioteca es una divina utopía. Aún si a partir de este momento se cerrara para siempre la pepena de nuevos libros, me tardaría unos dos o tres años en leer todos los ejemplares que nunca he leído y que desde hace tiempo ocupan un lugar en mi librero sometidos a la vana esperanza de ser leídos en un mañana eternamente postergado. Los libros no leídos deben rivalizar no solo con novedades y nuevas adquisiciones, sino con mis compulsivas relecturas de textos del pasado.
Rehabilitarme, controlarme, amarrarme las manos ¿Será posible?