En el mundo hay mil y un libros de consejos para escritores, métodos de escritura creativa y secretos para llevar a buen puerto una narración. Maestros en el arte de acomodar palabras sobran en el entorno. Pues bien, nunca en mi larga vida, ni en talleres literarios ni en manuales ni en charlas me habían espetado a la cara una verdad tan dura y contundente: “Un escritor está acabado cuando engorda”. Tómala cabrón. Directo al corazón y a la panza. Ahora lo comprendo todo. El autor de tan matadora frase es Haruki Murakami, eterno candidato al Nobel y consumado corredor de maratones. Sin piedad alguna lo espeta en su libro De qué hablo cuando hablo de escribir y siento que me está hablando a mí. Según el japonés para escribir bien primero hay que estar en forma.
Valiendo madre. Ahora comprendo este mal síndrome de Bartleby. Pinche Haruki… como tú nada más comes algas y pescado crudo. Es terrible tener conciencia del derrumbe y el mal del puerco. Chingao Haruki. ¿Qué sabes tú de los tuétanos del Césars o de los tacos don Esteban? ¿Qué sabes de quesadillas de pulpo y tacos gobernador? ¿De qué hablo cuando hablo de cerveza artesanal y chuletas de borrego? ¿De qué hablo cuando hablo de tacos perrones? Si vivieras en Baja California te darías cuenta mi buen Haruki y entenderías que renuncié a escribir un Tokio Blues a cambio de una torta WashMobile y una caguama. Ni modo Haruki, yo hubiera escrito El pájaro que da cuerda al mundo, pero se me atravesó un doce de Cerveza Tijuana. Adiós a mis pomos de whisky malo y bueno, a mis platos de cacahuate y la nocturna chela nuestra que acompaña las lecturas. A puro apio y pepino hasta que de llanto y caloría quemada salga una chingada novela.
Monday, September 25, 2017
<< Home