Un sui generis compañero de viaje llamado Un diccionario sin palabras y tres historias clínicas ha transformado mi cabeza en un campo minado por dudas y reflexiones de toda índole. Esos son los libros que más me gustan. La travesía Tijuana-Chiapas fue suficiente para casi agotar las 270 páginas escritas por Jesús Ramírez-Bermúdez. Lo primero que pensé es que este libro le habría encantado al buen Federico Campbell, siempre devoto de la neurociencia. Lo segundo, es que tras el sainete desatado a raíz del premio a Bob Dylan, nadie acertó a decir que en el fondo se trata de un debate de hemisferios cerebrales. En la posada de la materia gris el canto y la prosa duermen en habitaciones separadas. Después de todo, Diana practicaba el canto afásico con Arcade Fire cuando aún no podía volver a pronunciar palabra. También reparo en que soy (casi todos somos) un odioso logocentrista. Un analfabeta y acaso un afásico pueden cantar sin problemas Blowin in the wind. Nos recuerda Jesús que ya el gran Italo Calvino había desafiado la tiranía logocéntrica con el lenguaje tarotista practicado en El castillo de los destinos cruzados, mismo que ahora releo siguiendo la ruta de las cartas. Acaso hemos discriminado injustamente las estructuras preverbales capaces de anteponer la emoción o los sentidos a la lógica del lenguaje. Sí, me aterré al dimensionar la inmensa fragilidad de nuestras redes neuronales, lo poco que hace falta para desbaratar los cimientos de nuestro racional palacio de certidumbres. Y también medité (y eso acaso sea lo más fascinante) que en un mundo cartografiado enteramente por Google Maps, los hoyos negros de nuestra mente siguen siendo los auténticos mares inexplorados, ignotas rutas pobladas de abismales monstruos que no acertamos a comprender. En fin, pensé muchísimas cosas pero acaso todo pueda sintetizarse en que Jesús Ramírez escribió un pinche señor librazo que vale la pena releer de inmediato.
Sunday, October 30, 2016
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