Eterno Retorno

Monday, May 02, 2011



Es el nuestro un mundo odiosamente medieval. Somos la encarnación decadente del espíritu más oscuro de la humanidad. Tres imágenes dan la vuelta al planeta en estos días sólo para recordarnos que entre nosotros, los racionales seres pensantes del Siglo XXI, y las multitudes embrutecidas que hace mil años gritaban “Deus Vult” y se lanzaban en harapos a las Cruzadas siguiendo el llamado del Papa Urbano y Pedro el Ermitaño, no hay diferencia alguna. Somos igualitos. El hombre medieval somos nosotros. El Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Francesa, la Ciencia, la era espacial pueden irse al carajo. Nosotros somos felices siendo medievales. Nos postramos ante reyes, nos postramos ante príncipes de la iglesia y nos regodeamos al saber que nuestro demonio favorito ha muerto. La cruzada ha sido exitosa. Brindemos.


Escena Uno: Los principitos de un ancestral reino, cuya economía yace en inocultable decadencia, contraen matrimonio y el planeta entero les rinde pleitesía. El papel de estos principitos es representar una pantomima solemne mantenida con los impuestos de los británicos, una triste opereta turística, un oneroso museo de cera, un reality show de sangre azul que levanta los suspiros de millones de aprendices de cenicientas que esperan el momento de ver convertida en imperial carroza su calabaza de salario mínimo y aguardan la transformación en príncipe de su sapo proletario. Cuando hay sangre real de por medio y en el árbol genealógico hay historias de reinas decapitadas, encadenadas en la Torre de Londres o embarradas con su amante bajo un puente parisino, las ventas del show están aseguradas. Pero la verdad es que no se necesita tener sangre azul en las venas para ser estrella de un reality como éste. Aunque el Artículo 12 Constitucional prohíbe los títulos de nobleza en México, nuestros aristócratas se regodean en páginas de revistas petulantes que un millón de clasemedieros leen para soñar lo que nunca podrán ser y admirar a quien les escupe.


Escena Dos: El que fuera el jefe de estado más poderoso del orbe, el monarca que regulaba millones de conciencias y voluntades en todos los países, inicia su camino hacia la santidad y las multitudes lloran a moco tendido atribuyéndole milagros. El hombre que nos condenó al infierno por atrevernos a usar un condón o por tener la osadía de tomar una pastilla anticonceptiva, el príncipe eclesiástico a quien le gustaba ver nacer niños con sida y para quien la pederastia era apenas una comprensible debilidad de los siervos de Dios, ya se acerca a la más alta jerarquía en el reino de los cielos. Tal vez desde su nuevo puesto de beato, o santo súbito, podrá interceder por su buen amigo Marcial Maciel, que sin duda en el cielo tendrá hartos querubines a su disposición. También solicitar de la manera más atenta a San Pedro que deje entrar a su compadre Augusto Pinochet y sin duda desde su beatitud podrá gestionar más oro y diamantes para la tumba de José María Escrivá. Opusdeistas y legionarios lloran de emoción y los niños violados sobre el cuerpo de Cristo cantarán a coro por el nuevo santo.


Escena tres: El Sacro Imperio de la Libertad nos jura que ha matado a su satán favorito y las masas yacen en éxtasis orgásmico en Ground Zero. Satanás ha muerto. El Bien ha triunfado. El Mundo es ahora un lugar más seguro. Duermo tranquilo. La gran cruzada ha castigado al infiel. El honor de las víctimas del terrorismo ha sido lavado y los puntos de popularidad de un presidente incapaz de encontrar receta para su devastada economía, van a la alza por arte de magia. Final feliz.


PD- Solo una cosa ha fallado en este libreto: El rol principalísimo que debe jugar el cadáver. Todo cazador presume a su pieza. Sin la gran cornamenta del venado en sus manos, el cazador tiene cara de farsante. La cabeza de Osama debió ser expuesta y acaso debió adornar el despacho oval como una pieza de cacería mayor. Hace poco escribía y reflexionaba en torno al uso político de los cadáveres. Un cuerpo es una herramienta necesaria para escarmentar o legitimar políticamente. Todos los cuerpos de los grandes villanos han sido expuestos y diseccionados para dar lecciones y no dejar lugar a dudas. Zapata, Villa, Che Guevara, Mussolini. El cadáver de Hitler nunca fue visto por el “Imperio del Bien” y 65 años después las dudas persisten. ¿Arrojar al mar a tu presa más codiciada? ¿Deshacerte de un cuerpo que debiste analizar con microscopio? Lo siento, pero algo huele podrido en mi reino.


Disculpen por este arranque de anarquista hormonal, pero a veces la humanidad me hace perder la fe. El hombre no es un ser más racional, ni más consciente, ni más ecuánime. Al final somos el mismo supersticioso embrutecido que veía monstruos marinos y ángeles exterminadores. Bastaría que un líder cualquiera legitimado por los medios saliera a decirnos que la Tierra siempre sí es plana y que los círculos infernales yacen bajo nuestras suelas para que le creamos. Ninguna de estas tres grandes noticias mundiales beneficiará en lo más mínimo a la humanidad. El mundo no es más justo, ni más seguro, ni más solidario. Tampoco su aire y sus mares están más limpios. Y por favor no confundas mi postura. No es simple anticatolicismo ni antiimperialismo de unamita. Yo no creo en ningún dios, pero pienso que ese señor del monoteísmo que inventaron los judíos, perfeccionaron los cristianos y llevaron a su expresión más aborrecible los musulmanes, es el gran genocida y el responsable de muchos de los males de la humanidad. Y me repugna el Vaticano y los curas pederastas, pero aún más me repugnan los predicadores bíblicos del protestantismo evangélico, aunque si tuviera que elegir a cuál de las tres manifestaciones del monoteísmo desaparecería primero, elegiría desaparecer a ese déspota llamado Alá. De todas las bestias monoteístas la musulmana es la más maligna. Pero esto no se arregla castigando curas pederastas o mandando talibanes a Guantánamo. Las cacareadas revoluciones del mundo árabe no servirán de nada mientras el pueblo no asesine a su verdadero dictador que no se llama Gadaffi ni Mubarak. Se llama Alá. La única revolución posible es una revolución deicida.