En el Monterrey de 1991 la tasa de homicidios era, digamos, unas 30 veces más baja que en 2011 y el riesgo de caer víctima de un narcobloqueo o atravesarte en el camino de una bala errante dentro de un amistoso intercambio entre sicarios y militares, era del uno por ciento. Sí, ya lo sé, eso de ponerte a idealizar el pasado como un edén de tranquilidad y pachorra y salir con peroratas tales como que podías dejar el carro abierto toda la noche sin que nadie ni siquiera lo mirara con malicia y que una joven de 16 años podía atravesar la calle Aramberri a la una de mañana sin que nadie osara proferir expresiones obscenas, es una actitud de una insoportable doñilidad senil, una doctrina barata de la peor escuela tandamandapiezca. Por favor, si el “narrador” va a salir a aburrirnos con que en “sus” anacrónicos tiempos Monterrey era un edén de seguridad, le vamos a pedir que se retire a tomar chocolate a un asilo. Pero el narrador, o sea yo, responde que es cuestión de revisar las estadísticas, las costumbres y el léxico, para concluir que el Monterrey, y el México entero, de 1991, era un poquitín más seguro que el de 2011. Lo más fácil sería ir a las cifras de homicidios y ahí sí el futuro pierde por goleada. Pero mejor detengámonos a analizar el léxico y la jerga de aquellos tempranos 90 y veremos que por su ausencia brillan expresiones tales como “levantón”, “sicario”, “halconear”, pozolear” “encajuelar”. Si hubieras utilizado esas expresiones en el pasillo de tu prepa en 1991 nadie te hubiera entendido, pero veinte años después, en el mismo pasillo, esas expresiones se repiten compulsivamente. Cierto, también está el léxico de la tecnología y si bien nadie sabe que la definición de pozolear es deshacer cuerpos en ácido sulfúrico, mucho menos van a saber en 1991 lo que es twittetar o googlear o bloguear, pero por favor no nos desviemos del tema.
Thursday, May 05, 2011
En el Monterrey de 1991 la tasa de homicidios era, digamos, unas 30 veces más baja que en 2011 y el riesgo de caer víctima de un narcobloqueo o atravesarte en el camino de una bala errante dentro de un amistoso intercambio entre sicarios y militares, era del uno por ciento. Sí, ya lo sé, eso de ponerte a idealizar el pasado como un edén de tranquilidad y pachorra y salir con peroratas tales como que podías dejar el carro abierto toda la noche sin que nadie ni siquiera lo mirara con malicia y que una joven de 16 años podía atravesar la calle Aramberri a la una de mañana sin que nadie osara proferir expresiones obscenas, es una actitud de una insoportable doñilidad senil, una doctrina barata de la peor escuela tandamandapiezca. Por favor, si el “narrador” va a salir a aburrirnos con que en “sus” anacrónicos tiempos Monterrey era un edén de seguridad, le vamos a pedir que se retire a tomar chocolate a un asilo. Pero el narrador, o sea yo, responde que es cuestión de revisar las estadísticas, las costumbres y el léxico, para concluir que el Monterrey, y el México entero, de 1991, era un poquitín más seguro que el de 2011. Lo más fácil sería ir a las cifras de homicidios y ahí sí el futuro pierde por goleada. Pero mejor detengámonos a analizar el léxico y la jerga de aquellos tempranos 90 y veremos que por su ausencia brillan expresiones tales como “levantón”, “sicario”, “halconear”, pozolear” “encajuelar”. Si hubieras utilizado esas expresiones en el pasillo de tu prepa en 1991 nadie te hubiera entendido, pero veinte años después, en el mismo pasillo, esas expresiones se repiten compulsivamente. Cierto, también está el léxico de la tecnología y si bien nadie sabe que la definición de pozolear es deshacer cuerpos en ácido sulfúrico, mucho menos van a saber en 1991 lo que es twittetar o googlear o bloguear, pero por favor no nos desviemos del tema.
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