Y así, sin decir agua va, con la fugacidad del viento, el primer mes de Iker está por cumplirse. La vida tiene prisa. Nunca volverás a tener un primogénito de días o semanas de nacido. A partir del viernes y hasta el 8 de diciembre, su edad se medirá en meses. Lo que apenas ayer era un deseo, hoy es un bebé de un mes. Después hablaré de un niño de un año y sufriré más que él en su primer día de escuela. El primer mes se ha ido. Con fascinación y horror me doy cuenta que somos actores de una película en cámara rápida. Con toda mi anticinefilia a cuestas, confieso cierta viciosa tendencia a mirar la vida en escenas, imágenes clave que han construido lo que eres. La vida como el río eterno, como la corriente del agua que no has de beber.
Un pino seco a la intemperie es la imagen perfecta de la cuesta de enero. El pino como un cadáver insepulto, yaciente en desamparo. El que hace un mes entró a la casa a ser cubierto de luces para iluminar la época, hoy es un muerto estorboso, la más acabada expresión de lo que enero significa.
Es terrible cuando sabes que el primer libro que lees en el 2010 será el mejor libro del año. El mejor libro de éste y acaso de los años que vienen. Cuando estás ante una obra mayor hay una suerte de conexión espiritual, una relación casi carnal con el libro. No puedes soltarlo y quieres llevarlo contigo a todas partes. Hay libros buenos, de esos que apenas acabas y ya están amenazando relectura. Pero hay libros en los que antes de llegar a la mitad puedes intuir con certeza que serán inolvidables, que formarán parte de tu vida. Así me sucede con Invisible de Paul Auster. Una obra mayor de un autor que hace ya un tiempo aseguró su sitio en mi altar y en esa isla desierta a donde algún día seré autoexiliado.
Un pino seco a la intemperie es la imagen perfecta de la cuesta de enero. El pino como un cadáver insepulto, yaciente en desamparo. El que hace un mes entró a la casa a ser cubierto de luces para iluminar la época, hoy es un muerto estorboso, la más acabada expresión de lo que enero significa.
Es terrible cuando sabes que el primer libro que lees en el 2010 será el mejor libro del año. El mejor libro de éste y acaso de los años que vienen. Cuando estás ante una obra mayor hay una suerte de conexión espiritual, una relación casi carnal con el libro. No puedes soltarlo y quieres llevarlo contigo a todas partes. Hay libros buenos, de esos que apenas acabas y ya están amenazando relectura. Pero hay libros en los que antes de llegar a la mitad puedes intuir con certeza que serán inolvidables, que formarán parte de tu vida. Así me sucede con Invisible de Paul Auster. Una obra mayor de un autor que hace ya un tiempo aseguró su sitio en mi altar y en esa isla desierta a donde algún día seré autoexiliado.