Trolley de Media Noche
City Collage is Next. Vuelves a Tijuana a bordo del trolley de media noche, el último de la jornada, el que tomaste a las 23:54 en la estación Fifth Av. del Centro de San Diego. Retorno, eterno y maldito retorno. La desolación y la ruina humana son pasajeros habituales en el tren de madrugada e irremediablemente vuelves a preguntarte cómo carajos se llamaba aquel pintor americano de la Gran Depresión. ¿Cuál pintor? Sí, ese que era adicto a dibujar lúgubres centrales camioneras y cafés contagiados de tristeza. ¿Cómo se llamaba? Es inútil, has olvidado el nombre del artista, pero tienes presentes un par de cuadros suyos: el de la mujer solitaria de la cafetería y el de un herrumbroso bar de estación de tren. En fin, cómo se llame es lo de menos. Imaginas que si ese pintor viviera (porque supones que ha muerto) y se le hubiera ocurrido viajar a media noche en el trolley sandieguino, habría creado el non plus ultra de la melancolía.
Barrio Logan is next-La siguiente estación Barrio Logan. El trolley es bilingüe, aunque fuera de la bocina nadie emite sonido alguno. El silencio es el pasajero omnipresente. A tú lado sólo hay paisanos molidos, esclavos del mundo moderno que aceptan trabajar 16 horas por el mismo sueldo, pues saben que frente a ellos hay una fila de 600 desempleados dispuestos a ocupar su puesto en el galeote por menos dinero. Los paisas cabecean o de plano roncan tirando baba. Van rumbo a Tijuana, a tratar de dormir unas cuatro horas en sus casas antes de volver con su visa de turista a hacer fila frente a la garita a las 6:00 de la mañana, para decirle al migra que por enésima vez se les ocurrió ir de compras al amanecer. Aquí no hay piedra ni montaña; el Sísifo tijuanense es un tipo que todos los días ve salir el Sol haciendo fila para cruzar una frontera. Harbor Side is Next.
Valdría la pena preguntarte ¿Qué chingados estás haciendo en el trolley a la media noche? Hasta la pregunta es necia. La única razón que justifica tu presencia en ese vagón, es que vuelves de una tocada metalera. No es más que otra tocada más, el mismo viejo rock and roll, diría Alex Lora. ¿A quién fuiste a escuchar? Quesque a Kreator y a Exodus ¿O era Testament? El caso es que vuelves, una y otra vez, como el venado vuelve a su mismo abrevadero. ¿Cuántos kilómetros has recorrido en 20 años sólo para headbanguear tu cada vez más desquiciado craneo? De la Arena López Mateos de Tlalnepantla al Factores Mutuos de Monterrey para terminar en el House of Blues de San Diego. A tus 16 años, durante el trienio en que fuiste chilango, emprendías peregrinajes aún mayores. De tu casa en Huxquilucan hasta el Toreo de Cuatro Caminos y de ahí en azul combi hasta el centro de Tlane. Nadie puede creerte que los domingos en la arena las tocadas eran matiné y resulta absurdo pensar que viste al Carcass del Symphonies of Sickness y al Obituary del Cause of Death a las 12:00 del medio día. Vaya, al mismísimo Chuck Shulinder y Death, acompañados de Sadus los fuiste a ver en horario dominical matutino.
La siguiente estación Pacific Fleet. Nada más ritual y repetitivo que tu asistencia a tocadas en el House of Blues. Sueles viajar en trolley, pues odias manejar del otro lado. La única vez que llevaste carro fue con Yngwie Malmsteen y tu pavor a la policía californiana y sus multas de 5 mil dólares con trabajos forzados incluidos, te obligó a mantenerte en espantosa sobriedad. Desde hace dos o tres años tu compañero de viaje es, invariablemente, tu amigo Octavio, el único que sí o sí te hace segunda en este vicio de jed banguer.
Un ritual, más estricto que la hora británica del te, marca que no hay metal sin cerveza y la cerveza se toma, sin excepción, en el Rock Bottom y es siempre regatta red. Empezaste a ir a ese bar en 2001 y a la fecha eres parroquiano fiel. A tu amigo lo llevaste por vez primera en febrero de 2007, previo al concierto de Cradle of Filth y gracias a su perseverancia, ha alcanzado el estatus de cliente distinguido. Para el Octa la hora de la cerveza es más importante que el concierto en cuestión y a menudo cuesta trabajo sacarlo de ahí. Cuando las dos horas felices llegan a su fin, emprenden la caminata por las calles del Gaslamp entre coquetos restaurantes con su bella hostess incluida, una siempre sonriente gabachita rodeada comensales yuppies que en chanclas beben una copa de Merlot light, deslactosado y bajísimo en calorías y comen un platillo con certificado de no gordura y declaración de principios contra el colesterol. A veces, pero sólo a veces, Octa y tú paran con los irlandeses del St Patrick a beber una Guiness caminera, antes de llegar al House of Blues en donde irremediablemente está tocando la primera o segunda banda de la noche. Los austriacos Belphegor vomitan su Black Metal ante cuatro almas negras y un adolescente confundido. Bondage Goat Zombie. La cerveza del interior es una carísima New Castle Brown Ale de siete dólares. Tratas de calmarla paseando sorbos en el paladar hasta que sale Exodus. A Lesson in Violence. Has terminado tu cerveza antes de recibir la trashera lección. Kreator sale como a las 22:00. 18 años no son nada. A Mille y su germana pandilla los viste en Tlane en julio del 91, en la gira del Coma of Souls y lo recuerdas como uno de los mejores conciertos que has visto en tu vida. Extreme Agression y juras que condenarás tu espíritu al infierno por toda la eternidad mientras gritas a la gente de la mentira y tu alma yace en coma enarbolando la bandera del odio. La tocada termina, invariablemente, con Tormentor y te marchas a casa. Bayfront Street is Next.
Tlane era el Infierno, Factores Mutuos apestaba a mota y sudor, pero el House of Blues es un lugar políticamente correcto, tan bajo en calorías como San Diego entero. El trolley es lento y adormece hasta al insomnio. Es importante fijarte muy bien que estás tomando la línea azul, la que dice San Ysidro- Tijuana y no la naranja. Ya una vez tomaste la línea equivocada, te quedaste dormido y despertaste en alguna sórdida estación de El Cajón. Un par de veces, en Arch Enemy y Opeth, saliste del concierto después de la media noche y ya no alcanzaste trolley. Los 40 dólares que el taxi te cobró a la frontera aún siguen lacerando tu alma. A diferencia del metro del DF (y de cualquier ciudad del mundo) en el San Diego trolley no hay merolicos ni pordioseros. California los tiene terminantemente prohibidos, pues no quiere que nadie rompa la republicana paz del vagón, aunque nada puede hacer contra los esquizofrénicos y los veteranos de guerra desquiciados que emprenden furiosas discusiones con sus demonios internos. Aquí la gente anglosajona habla y grita sola. La siguiente estación: Palomar Street. A los indocumentados es fácil reconocerlos por sus ojos de ardilla asustada mirando a los cuatro puntos cardinales en busca de la redada border que los arrojará de una patada en el culo al subdesarrollo latinoamericano. Iris Avenue is Next.
No te cansas de repetirlo: San Diego es una bella novia frígida. Sí, estamos de acuerdo, es una modelito, tiene una cara preciosa la condenada que se antoja presumir, pero le corre atole en la sangre a la pobre. A veces, al caminar por el embarcadero Sea Port Village o el Parque Balboa has estado a punto de jurar que en realidad sí estás enamorado de ella, pues es una novia ideal para tomarte la foto, pero a la hora de coger mueres de aburrimiento. San Diego, tan modosita, tan mosca muerta ella, no te calienta ni te apasiona, en cambio Tijuana…sí, ya se, vas a decirlo y no es nada nuevo, pues la comparación es antiquísima. Anda, dilo: Tijuana es una puta que no es bonita, pero te trae enculado y estás, irremediablemente, enamorado de ella. Tijuana tiene cara ruda, pero cuerpo cachondón. No está para presumirse, pero te coge como una diosa. La siguiente estación Beyer Bulevard. A lo lejos resplandecen las luces que pueblan los infinitos cerros que conforman el cuerpo de tu amada. La Alamira, la Juárez, la Independencia y el asta bandera como símbolo fálico irrumpiendo en la madrugada.
Our Next and Last Station San Ysidro-Tijuana International Border. Varias decenas de sombras bajan del tren y cruzan el puente entre la neblina de la 1:00 de la mañana. El chirriar de la puerta metálica giratoria antecede a tu primer paso en la ciudad donde empieza la Patria. Bienvenidos a MÉ (verde) XI (blanco casi invisible) CO (rojo desteñido) se lee en el letrero que antecede al semáforo siempre apagado donde un aduanal dormido funge como espantapájaros. Una horda de taxistas camisa amarilla y un par de pordioseras niño en la espalda te reciben con los brazos abiertos. Caminas al estacionamiento donde por 33 jorgehankianos pesos dejaste encargado tu carro. La carretera escénica es un largo hocico de lobo en donde sólo la brisa congelante hace intuir la presencia del mar. Vuelves a casa, vuelvas a tu cama, vuelves y seguirás volviendo mientras narras la historia de lo que fue y lo que pudo haber sido. DSB
City Collage is Next. Vuelves a Tijuana a bordo del trolley de media noche, el último de la jornada, el que tomaste a las 23:54 en la estación Fifth Av. del Centro de San Diego. Retorno, eterno y maldito retorno. La desolación y la ruina humana son pasajeros habituales en el tren de madrugada e irremediablemente vuelves a preguntarte cómo carajos se llamaba aquel pintor americano de la Gran Depresión. ¿Cuál pintor? Sí, ese que era adicto a dibujar lúgubres centrales camioneras y cafés contagiados de tristeza. ¿Cómo se llamaba? Es inútil, has olvidado el nombre del artista, pero tienes presentes un par de cuadros suyos: el de la mujer solitaria de la cafetería y el de un herrumbroso bar de estación de tren. En fin, cómo se llame es lo de menos. Imaginas que si ese pintor viviera (porque supones que ha muerto) y se le hubiera ocurrido viajar a media noche en el trolley sandieguino, habría creado el non plus ultra de la melancolía.
Barrio Logan is next-La siguiente estación Barrio Logan. El trolley es bilingüe, aunque fuera de la bocina nadie emite sonido alguno. El silencio es el pasajero omnipresente. A tú lado sólo hay paisanos molidos, esclavos del mundo moderno que aceptan trabajar 16 horas por el mismo sueldo, pues saben que frente a ellos hay una fila de 600 desempleados dispuestos a ocupar su puesto en el galeote por menos dinero. Los paisas cabecean o de plano roncan tirando baba. Van rumbo a Tijuana, a tratar de dormir unas cuatro horas en sus casas antes de volver con su visa de turista a hacer fila frente a la garita a las 6:00 de la mañana, para decirle al migra que por enésima vez se les ocurrió ir de compras al amanecer. Aquí no hay piedra ni montaña; el Sísifo tijuanense es un tipo que todos los días ve salir el Sol haciendo fila para cruzar una frontera. Harbor Side is Next.
Valdría la pena preguntarte ¿Qué chingados estás haciendo en el trolley a la media noche? Hasta la pregunta es necia. La única razón que justifica tu presencia en ese vagón, es que vuelves de una tocada metalera. No es más que otra tocada más, el mismo viejo rock and roll, diría Alex Lora. ¿A quién fuiste a escuchar? Quesque a Kreator y a Exodus ¿O era Testament? El caso es que vuelves, una y otra vez, como el venado vuelve a su mismo abrevadero. ¿Cuántos kilómetros has recorrido en 20 años sólo para headbanguear tu cada vez más desquiciado craneo? De la Arena López Mateos de Tlalnepantla al Factores Mutuos de Monterrey para terminar en el House of Blues de San Diego. A tus 16 años, durante el trienio en que fuiste chilango, emprendías peregrinajes aún mayores. De tu casa en Huxquilucan hasta el Toreo de Cuatro Caminos y de ahí en azul combi hasta el centro de Tlane. Nadie puede creerte que los domingos en la arena las tocadas eran matiné y resulta absurdo pensar que viste al Carcass del Symphonies of Sickness y al Obituary del Cause of Death a las 12:00 del medio día. Vaya, al mismísimo Chuck Shulinder y Death, acompañados de Sadus los fuiste a ver en horario dominical matutino.
La siguiente estación Pacific Fleet. Nada más ritual y repetitivo que tu asistencia a tocadas en el House of Blues. Sueles viajar en trolley, pues odias manejar del otro lado. La única vez que llevaste carro fue con Yngwie Malmsteen y tu pavor a la policía californiana y sus multas de 5 mil dólares con trabajos forzados incluidos, te obligó a mantenerte en espantosa sobriedad. Desde hace dos o tres años tu compañero de viaje es, invariablemente, tu amigo Octavio, el único que sí o sí te hace segunda en este vicio de jed banguer.
Un ritual, más estricto que la hora británica del te, marca que no hay metal sin cerveza y la cerveza se toma, sin excepción, en el Rock Bottom y es siempre regatta red. Empezaste a ir a ese bar en 2001 y a la fecha eres parroquiano fiel. A tu amigo lo llevaste por vez primera en febrero de 2007, previo al concierto de Cradle of Filth y gracias a su perseverancia, ha alcanzado el estatus de cliente distinguido. Para el Octa la hora de la cerveza es más importante que el concierto en cuestión y a menudo cuesta trabajo sacarlo de ahí. Cuando las dos horas felices llegan a su fin, emprenden la caminata por las calles del Gaslamp entre coquetos restaurantes con su bella hostess incluida, una siempre sonriente gabachita rodeada comensales yuppies que en chanclas beben una copa de Merlot light, deslactosado y bajísimo en calorías y comen un platillo con certificado de no gordura y declaración de principios contra el colesterol. A veces, pero sólo a veces, Octa y tú paran con los irlandeses del St Patrick a beber una Guiness caminera, antes de llegar al House of Blues en donde irremediablemente está tocando la primera o segunda banda de la noche. Los austriacos Belphegor vomitan su Black Metal ante cuatro almas negras y un adolescente confundido. Bondage Goat Zombie. La cerveza del interior es una carísima New Castle Brown Ale de siete dólares. Tratas de calmarla paseando sorbos en el paladar hasta que sale Exodus. A Lesson in Violence. Has terminado tu cerveza antes de recibir la trashera lección. Kreator sale como a las 22:00. 18 años no son nada. A Mille y su germana pandilla los viste en Tlane en julio del 91, en la gira del Coma of Souls y lo recuerdas como uno de los mejores conciertos que has visto en tu vida. Extreme Agression y juras que condenarás tu espíritu al infierno por toda la eternidad mientras gritas a la gente de la mentira y tu alma yace en coma enarbolando la bandera del odio. La tocada termina, invariablemente, con Tormentor y te marchas a casa. Bayfront Street is Next.
Tlane era el Infierno, Factores Mutuos apestaba a mota y sudor, pero el House of Blues es un lugar políticamente correcto, tan bajo en calorías como San Diego entero. El trolley es lento y adormece hasta al insomnio. Es importante fijarte muy bien que estás tomando la línea azul, la que dice San Ysidro- Tijuana y no la naranja. Ya una vez tomaste la línea equivocada, te quedaste dormido y despertaste en alguna sórdida estación de El Cajón. Un par de veces, en Arch Enemy y Opeth, saliste del concierto después de la media noche y ya no alcanzaste trolley. Los 40 dólares que el taxi te cobró a la frontera aún siguen lacerando tu alma. A diferencia del metro del DF (y de cualquier ciudad del mundo) en el San Diego trolley no hay merolicos ni pordioseros. California los tiene terminantemente prohibidos, pues no quiere que nadie rompa la republicana paz del vagón, aunque nada puede hacer contra los esquizofrénicos y los veteranos de guerra desquiciados que emprenden furiosas discusiones con sus demonios internos. Aquí la gente anglosajona habla y grita sola. La siguiente estación: Palomar Street. A los indocumentados es fácil reconocerlos por sus ojos de ardilla asustada mirando a los cuatro puntos cardinales en busca de la redada border que los arrojará de una patada en el culo al subdesarrollo latinoamericano. Iris Avenue is Next.
No te cansas de repetirlo: San Diego es una bella novia frígida. Sí, estamos de acuerdo, es una modelito, tiene una cara preciosa la condenada que se antoja presumir, pero le corre atole en la sangre a la pobre. A veces, al caminar por el embarcadero Sea Port Village o el Parque Balboa has estado a punto de jurar que en realidad sí estás enamorado de ella, pues es una novia ideal para tomarte la foto, pero a la hora de coger mueres de aburrimiento. San Diego, tan modosita, tan mosca muerta ella, no te calienta ni te apasiona, en cambio Tijuana…sí, ya se, vas a decirlo y no es nada nuevo, pues la comparación es antiquísima. Anda, dilo: Tijuana es una puta que no es bonita, pero te trae enculado y estás, irremediablemente, enamorado de ella. Tijuana tiene cara ruda, pero cuerpo cachondón. No está para presumirse, pero te coge como una diosa. La siguiente estación Beyer Bulevard. A lo lejos resplandecen las luces que pueblan los infinitos cerros que conforman el cuerpo de tu amada. La Alamira, la Juárez, la Independencia y el asta bandera como símbolo fálico irrumpiendo en la madrugada.
Our Next and Last Station San Ysidro-Tijuana International Border. Varias decenas de sombras bajan del tren y cruzan el puente entre la neblina de la 1:00 de la mañana. El chirriar de la puerta metálica giratoria antecede a tu primer paso en la ciudad donde empieza la Patria. Bienvenidos a MÉ (verde) XI (blanco casi invisible) CO (rojo desteñido) se lee en el letrero que antecede al semáforo siempre apagado donde un aduanal dormido funge como espantapájaros. Una horda de taxistas camisa amarilla y un par de pordioseras niño en la espalda te reciben con los brazos abiertos. Caminas al estacionamiento donde por 33 jorgehankianos pesos dejaste encargado tu carro. La carretera escénica es un largo hocico de lobo en donde sólo la brisa congelante hace intuir la presencia del mar. Vuelves a casa, vuelvas a tu cama, vuelves y seguirás volviendo mientras narras la historia de lo que fue y lo que pudo haber sido. DSB