Star Wars y otras formas de perder el tiempo
Si quieren que sea brutalmente honesto, jamás le he encontrado chiste alguno a Star Wars. Gente muy querida por mí profesa una gran afición por esa historia. Ahí está mi primo Héctor o mi amigo Jopy Montero, ambos seguidores de la obra de Lucas. A ambos los quiero mucho, pero la mera verdad a mí me ha sido totalmente indiferente la guerra de las galaxias. Simplemente no le encuentro la emoción a esos monos. Las veces que he visto películas de Star Wars (en verdad he olvidado cuáles he visto pues todas me parecen exactamente iguales) me he quedado dormido. Bueno, eso de que me quede dormido en el cine no es privilegio de Star Wars. En realidad eso de ir al cine, sea cual sea la película, es un pasatiempo que me aburre insoportablemente las más de las veces. Pero dentro de lo ya de por sí insoportable que se me hace la idea de refundirme en una sala oscura a tratar de seguir una historia en una pantalla, Star Wars se me hace aún más tedioso. Por ello me cuesta trabajo entender que haya personas que hagan cualquier sacrificio para ser los primeros en ver una película que de todas formas, tarde o temprano tendrás en el video club de la esquina. Pero bueno, en esto de las humanas formas de perder el tiempo, esa cosa que llamamos esparcimiento y a la que dedicamos tantos mils de pesos, se rompen géneros. Comprendo muy bien que mucha gente piense que es absolutamente absurdo tener cientos y cientos de discos de heavy meta que según los no entendidos suenan exactamente igual, cuando para mí cada uno tiene su alma. Lo mismo sucede con los libros. En la última semana, más de una persona me ha dicho que nunca perdería su precioso tiempo en leer un libro. Y yo los apoyo y les aplaudo. Jamás he sido un promotor de la lectura ni le he dicho a los que no leen que atiborrarte un libro te hará mejor. ¿Para qué mierdas leen? A mí la lectura no me ha servido de un carajo, más que para hacerme inmensamente feliz en el momento en que leo de la misma forma que una persona es feliz cuando traga palomitas en el cine o juega con el Nintendo. La lectura me sirve exactamente para lo mismo. No leo porque quiera llegar a algo ni ser mejor. Diría que ni siquiera leo por elección propia. Leo por pura y vil adicción. Ya ni siquiera depende de mí.
La gente cree que el hecho de que sea un anticinéfilo es una posición cultural en favor de la lectura. Nada más alejado de la realidad. Yo no voy al cine ni veo películas por la sencilla razón de que me aburre y siempre pensaré que vale mil veces más la pena invertir dos horas de tu vida en ver un partido de futbol o leer un libro que en ver un filme. Los libros me divierten o me agarran de los huevos y no me sueltan, pero el hecho es que estoy clavado en ellos. El futbol me entretiene, el metal me prende. Así de sencillitos son mis pasatiempos. Ni uno de ellos me ha hecho más rico (y sí más pobre, pues gasto mucho dinero en ellos) El cine en cambio me aburre ¿Qué chingados quieren que haga? Ni modo que me force a que me guste. Hollywood no gana feria conmigo. Pero Daniel, estabas hablando de que no te gusta Star Wars y te desviaste del pinche tema como siempre. En efecto. Ustedes disculpen. Deespués de todo ¿A quién chingados le importa? A George Lucas no creo.
Insoportable
A veces le llamo instinto asesino, un veneno natural que suda una bestia domesticada y necesita arrojar afuera. En realidad, y para dejarnos de pendejadas, es pedantería compulsiva. Lo cierto es que esta semana que termina he andado particularmente insoportable con los demás. Diría más bien que padezco ataques agudos de intolerancia. La verdad es que si de por sí arrastro una involuntaria naturaleza hostil, esta semana la he aderezado. Pero comprendanme. El ambiente en que me desarrollo no ayuda un carajo. Pasar la vida poniéndole marca personal a un Alcalde que se cree todo poderoso y cuyos cortesanos tienen una lengua perfectamente entrenada para lamer suela las 24 horas del día, no favorece una buena actitud de mi parte. Hacen falta dosis de brutal honstidad en esta vida. Por fortuna, el pequeño arsenal de cariño y buenos sentimientos que aunque usted no lo crea se alberga dentro de mí, queda reservado para la casa. Las toneladas de veneno son para desparramarlas fuera.
Periodismo de empaque
No me concibo ejerciendo periodismo de empaque. Simplemente no lo soportaría. A menudo, cuando uno empieza a sumar años en el oficio, se da por hecho que un paso natural es recluirse en las salas de redacción para dedicarse a editar. Yo me siento incapaz de aguantar semejante enclaustramiento. Y no pretendo demeritar el trabajo de los editores ni mucho menos. Vaya que tiene su chiste y es necesario sobarse el lomo. La cuestión es que si yo he de sobarme el lomo, prefiero que sea siempre en la calle. Buscar atrapar y traer la información es infinitamente más divertido que empacarla en una hoja. Creo que si algún día editara, poco a poco me empezaría a sentir como esos felinos enjaulados que dan vueltas de un lado a otro mientras decaen irremediablemente. Quieras que no, te transformas en un empleado de oficina, te empapas de grillas internas y las paredes acaban por oprimirte y trasnformarte en una computadora más. Sí, ya se que le tienes que poner creativiad para cabecear y jerarquizar la información, decidir que va y que no e ir armando poco a poco el paquete que ofrecerás al otro día a los lectores. Pero en el fondo, con el paso del tiempo, eso se convierte en maquila. Cuando pasas más de ocho horas al día metido dentro de un lugar te acabas por robotizar. Necesitas creatividad e ingenio, pero los colores de las paredes de la oficina siempre serán los mismos y de tu cubículo al baño siempre habrá ocho metros. Haga calor o frío, adentro de la oficina siempre habrá el mismo clima y tu silla poco a poco se irá transformando en tu tumba. Yo cada vez tengo menos tolerancia a estar dentro de la oficina y al cabo de una hora en una junta empiezo a sentir una insoportable necesidad de salirme. Esa sensación se acentua cada vez más. Sin embago, puso aguantar perfectamente 12 horas trajinando en la calle. Prefiero que mi gran problema del día sea cazar una información imposible debajo de una piedra y en el último lugar del mundo, que romperme la cabeza porque 300 palabras entren dentro de un espacio y hacer magia para que un encabezado y un sumario quepan en un pedacito de cancha. Por lo demás, confieso que aún sueño con poder cubrir una guerra. La gente dice que no se lo que digo. Vaya que lo se. Profesionalmente ese es mi sueño.
Si quieren que sea brutalmente honesto, jamás le he encontrado chiste alguno a Star Wars. Gente muy querida por mí profesa una gran afición por esa historia. Ahí está mi primo Héctor o mi amigo Jopy Montero, ambos seguidores de la obra de Lucas. A ambos los quiero mucho, pero la mera verdad a mí me ha sido totalmente indiferente la guerra de las galaxias. Simplemente no le encuentro la emoción a esos monos. Las veces que he visto películas de Star Wars (en verdad he olvidado cuáles he visto pues todas me parecen exactamente iguales) me he quedado dormido. Bueno, eso de que me quede dormido en el cine no es privilegio de Star Wars. En realidad eso de ir al cine, sea cual sea la película, es un pasatiempo que me aburre insoportablemente las más de las veces. Pero dentro de lo ya de por sí insoportable que se me hace la idea de refundirme en una sala oscura a tratar de seguir una historia en una pantalla, Star Wars se me hace aún más tedioso. Por ello me cuesta trabajo entender que haya personas que hagan cualquier sacrificio para ser los primeros en ver una película que de todas formas, tarde o temprano tendrás en el video club de la esquina. Pero bueno, en esto de las humanas formas de perder el tiempo, esa cosa que llamamos esparcimiento y a la que dedicamos tantos mils de pesos, se rompen géneros. Comprendo muy bien que mucha gente piense que es absolutamente absurdo tener cientos y cientos de discos de heavy meta que según los no entendidos suenan exactamente igual, cuando para mí cada uno tiene su alma. Lo mismo sucede con los libros. En la última semana, más de una persona me ha dicho que nunca perdería su precioso tiempo en leer un libro. Y yo los apoyo y les aplaudo. Jamás he sido un promotor de la lectura ni le he dicho a los que no leen que atiborrarte un libro te hará mejor. ¿Para qué mierdas leen? A mí la lectura no me ha servido de un carajo, más que para hacerme inmensamente feliz en el momento en que leo de la misma forma que una persona es feliz cuando traga palomitas en el cine o juega con el Nintendo. La lectura me sirve exactamente para lo mismo. No leo porque quiera llegar a algo ni ser mejor. Diría que ni siquiera leo por elección propia. Leo por pura y vil adicción. Ya ni siquiera depende de mí.
La gente cree que el hecho de que sea un anticinéfilo es una posición cultural en favor de la lectura. Nada más alejado de la realidad. Yo no voy al cine ni veo películas por la sencilla razón de que me aburre y siempre pensaré que vale mil veces más la pena invertir dos horas de tu vida en ver un partido de futbol o leer un libro que en ver un filme. Los libros me divierten o me agarran de los huevos y no me sueltan, pero el hecho es que estoy clavado en ellos. El futbol me entretiene, el metal me prende. Así de sencillitos son mis pasatiempos. Ni uno de ellos me ha hecho más rico (y sí más pobre, pues gasto mucho dinero en ellos) El cine en cambio me aburre ¿Qué chingados quieren que haga? Ni modo que me force a que me guste. Hollywood no gana feria conmigo. Pero Daniel, estabas hablando de que no te gusta Star Wars y te desviaste del pinche tema como siempre. En efecto. Ustedes disculpen. Deespués de todo ¿A quién chingados le importa? A George Lucas no creo.
Insoportable
A veces le llamo instinto asesino, un veneno natural que suda una bestia domesticada y necesita arrojar afuera. En realidad, y para dejarnos de pendejadas, es pedantería compulsiva. Lo cierto es que esta semana que termina he andado particularmente insoportable con los demás. Diría más bien que padezco ataques agudos de intolerancia. La verdad es que si de por sí arrastro una involuntaria naturaleza hostil, esta semana la he aderezado. Pero comprendanme. El ambiente en que me desarrollo no ayuda un carajo. Pasar la vida poniéndole marca personal a un Alcalde que se cree todo poderoso y cuyos cortesanos tienen una lengua perfectamente entrenada para lamer suela las 24 horas del día, no favorece una buena actitud de mi parte. Hacen falta dosis de brutal honstidad en esta vida. Por fortuna, el pequeño arsenal de cariño y buenos sentimientos que aunque usted no lo crea se alberga dentro de mí, queda reservado para la casa. Las toneladas de veneno son para desparramarlas fuera.
Periodismo de empaque
No me concibo ejerciendo periodismo de empaque. Simplemente no lo soportaría. A menudo, cuando uno empieza a sumar años en el oficio, se da por hecho que un paso natural es recluirse en las salas de redacción para dedicarse a editar. Yo me siento incapaz de aguantar semejante enclaustramiento. Y no pretendo demeritar el trabajo de los editores ni mucho menos. Vaya que tiene su chiste y es necesario sobarse el lomo. La cuestión es que si yo he de sobarme el lomo, prefiero que sea siempre en la calle. Buscar atrapar y traer la información es infinitamente más divertido que empacarla en una hoja. Creo que si algún día editara, poco a poco me empezaría a sentir como esos felinos enjaulados que dan vueltas de un lado a otro mientras decaen irremediablemente. Quieras que no, te transformas en un empleado de oficina, te empapas de grillas internas y las paredes acaban por oprimirte y trasnformarte en una computadora más. Sí, ya se que le tienes que poner creativiad para cabecear y jerarquizar la información, decidir que va y que no e ir armando poco a poco el paquete que ofrecerás al otro día a los lectores. Pero en el fondo, con el paso del tiempo, eso se convierte en maquila. Cuando pasas más de ocho horas al día metido dentro de un lugar te acabas por robotizar. Necesitas creatividad e ingenio, pero los colores de las paredes de la oficina siempre serán los mismos y de tu cubículo al baño siempre habrá ocho metros. Haga calor o frío, adentro de la oficina siempre habrá el mismo clima y tu silla poco a poco se irá transformando en tu tumba. Yo cada vez tengo menos tolerancia a estar dentro de la oficina y al cabo de una hora en una junta empiezo a sentir una insoportable necesidad de salirme. Esa sensación se acentua cada vez más. Sin embago, puso aguantar perfectamente 12 horas trajinando en la calle. Prefiero que mi gran problema del día sea cazar una información imposible debajo de una piedra y en el último lugar del mundo, que romperme la cabeza porque 300 palabras entren dentro de un espacio y hacer magia para que un encabezado y un sumario quepan en un pedacito de cancha. Por lo demás, confieso que aún sueño con poder cubrir una guerra. La gente dice que no se lo que digo. Vaya que lo se. Profesionalmente ese es mi sueño.