Manchas de pasto y lodo bávaro
No vi con uso de razón
el Mundial 74 y sin embargo sospecho que de alguna forma lo absorbí. Yo tenía
tres meses de edad cuando el balón empezó a rodar en Alemania e intuyo que a
unos metros de mi cuna debe haber habido una tele encendida. Tigres acababa de
ascender a primera división y yo padecía la resolana sin sombra de mi primer
verano regio mientras mis padres preparatorianos hacían de cada día un ritual
de incertidumbre enfrentando el mundo con muchas más dudas que certezas. En medio
de ese mundo raro e incierto habría una tele encendida dando cuenta de épicas
batallas sobre pastos germanos. Ignoro si aquel domingo 7 de julio mi siempre
futbolero padre vio cerca de mi cuna la final que enfrentó a los dos jugadores
más soberbiamente cerebrales que ha dado la historia del fútbol, dos directores
de orquesta tocando instrumentos, dos estrategas corriendo por campo: Johan
Cruyff y Franz Beckenbauer, acaso los dos jugadores más inteligentes que ha dado
este bellísimo deporte. Creo que ambos nacieron directores técnicos y definían la
estrategia mientras corrían por la cancha. Desde Die Mannschaft
o la Mecánica Naranja, desde el Bayern o desde el Ajax, este par de capitanes definieron
la década de los setenta y trazaron el umbral del futbol moderno. No es
casualidad que ambos intercambiaran sus camisetas de capitanes aquel 7 de julio:
La camiseta blanca con el águila negra de Franz está en casa de los Cruyff y la
camiseta naranja con el leoncito negro de Johan está en casa de la familia
Beckenbauer. Hoy sus dueños se han ido. Ayer dijo adiós el Káiser, la última
gran leyenda futbolística del Siglo XX. Lo suyo no fue la garra ni la picardía,
sino la precisión y la elegancia. Fue el lector futurista del juego, como esos
ajedrecistas que mueven sus piezas mentalizando cinco jugadas adelante. El Káiser
jugaba sabiendo de antemano lo que haría su oponente. Dicen que no sudaba, que
perpetuamente despeinado lucía elegante y que ni siquiera jugando con el brazo
roto hizo muecas de rabia o dolor. Inventó el concepto del líbero y nos enseñó
que un defensa con visión de campo es siempre el mejor atacante. En este año
cuatrero se cumple medio siglo de ese mundial y la pelota que hoy rueda aún está
impregnada de pasto y lodo bávaro.