La escritura poseía el deleite de lo furtivo, la emoción de la escapatoria.
Hace algunos ayeres, cuando no tenía tiempo
ni dinero, Ánimas escribía por escribir aún a sabiendas de que nadie jamás lo
leería. Las historias emergían de la nada, le bailoteaban un tiempo en la
cabeza y un día cualquiera las derramaba
en un papel o en algún archivo de Word. Su vida diaria no tenía minutos
sobrantes, pero Ánimas siempre encontraba el instante para entregarse a su fuga
escritural. El mundo real era tan denso, tan absorbente y castrante, que la
escritura poseía el deleite de lo furtivo, la emoción de la escapatoria.
Escribir era evadirse de lo indeseable, robarle minutos a la tiranía del
trabajo serio e ir a buscar esa idílica
vida que yacía siempre en otra parte. Si alguien le hubiera dicho a Ánimas que
en algún momento de su vida adulta el gobierno le pagaría por escribir, a él le habría parecido un sueño guajiro. El
monto de su beca del sistema nacional de creadores doblaba el que por más de
una década fue su sueldo de sufrido reportero , la bicoca semanal que recibía
por arriesgar la vida ejerciendo el periodismo en una ciudad hostil y partirse el lomo y las neuronas empujando la
piedra de Sísifo por una ladera infestada de nopales y escorpiones. Hoy, que
podía pasar semanas sin moverse de casa y consagrar las horas de su día a
escribir literatura, simplemente no escribía La literatura se había vuelto una
tarea y se valía de los más ridículos pretextos y distracciones para evadirla.