una famélica figura asexuada con un tapabocas manchado de sangre
Una hora antes del amanecer todos
sus flagelos internos parecen aferrados a desgarrar cualquier vestigio de paz
en el fluir de su pensamiento, pues lo que fluye son monstruosidades e
inmundicias: el perro destripado, un payasito sin piernas intentando hacer
malabares con pelotas desde una silla de ruedas, una mujer arrastrando un pie
de elefante y una famélica figura asexuada con un tapabocas manchado de sangre.
Después la iglesia, las manos húmedas dándole la paz, los besos babosos de las
señoras, los brazos posados sobre sus hombros a la hora del selfie. Sólo
Arnauda - su más fiel escolta, escudero
y confidente multiusos- pudo leer en su rostro el arribo de la taquicardia, el
mareo reflejado en repentina palidez y la inminencia de alguna catástrofe que
bien podría ser el desmayo o un ataque de pánico. Con la dosis exacta de
firmeza y discreción, Arnauda se las arregló para sacarlo de la iglesia por una
pequeña puerta ubicada en la parte trasera del altar y conducirlo hasta el
carro ya encendido. El “gracias Arnauda” pronunciado por Livio fue casi un
grito de liberación y alivio. Su salida había sido lo suficientemente discreta
como para no atraer demasiadas miradas, pero no lo privaría de la nueva
andanada de rumores que de mil bocas brotarían como gusanos a la salida de la parroquia.