Vengo de una familia de maestros vocacionales. “No concibo mi vida fuera del aula” fue una frase de mi abuelo Agustín que se hizo extensiva a su descendencia, pues no han sido pocos los Basave que se han dedicado a dar clases. Mi madre ha sido maestra universitaria por muchísimos años por absoluta vocación dejando siempre una huella en sus alumnos. También mis hermanas Elisa y Ana Lucía, muchos de mis tíos como Patricia, Cristina, Agustín y mi primo Héctor han dedicado parte de sus vidas a la docencia en diversas universidades y algunos han ocupado cargos académicos. Tener un buen maestro es un divino accidente en la vida, un cruce de caminos que puede encausar o definir tu ruta existencial. Yo por fortuna he tenido al menos una decena de profesores a los que recuerdo con muchísimo cariño. De mi maestra Silvia en segundo de primaria recuerdo sobre todo los concursos de lectura en voz alta que me fueron de enorme utilidad. Aprendí a respirar los textos y a entonarlos y me convertí en el ganador habitual de esos certámenes intraescolares (y los premios, que eran juguetes educativos, solía pagarlos la maestra de su bolsa). En sexto de primaria recuerdo con particular cariño a la maestra Susy Ibarra y en secundaria al maestro Alfaro que daba Etimologías y al terrible Guillermo Guerra en Matemáticas, durísimo, estricto, pero de muy buen corazón. Francisco Xavier Carrillo no fue oficialmente mi maestro titular, pero informalmente tomé con él toda una cátedra sobre la Revolución Mexicana por más de un año. De la prepa recuerdo con particular cariño a Pablo Urquiza que me enseñó a reír con Quevedo y su Buscón y sobre todo a la actriz Malena Doria, que me daba clases de teatro y me entrenaba para los concursos universitarios de oratoria (fui campeón en tres). Esta disciplina me ha sido de enorme utilidad a la lo largo de la vida. En mi época universitaria recuerdo a Gutiérrez Welsh que impartía Derecho Constitucional y Administrativo; Laura Villarreal de Laboral o Francisco Sepúlveda en Derecho Internacional. En literatura mi único gran maestro fue Rafael Ramírez Heredia, el gran Rayito Macoy. Nunca he dejado de abrevar de sus enseñanzas. Claro, también tuve muchos maestros muy malos, indiferentes, aburridos o de plano crueles, como Magdalena Romanillos de Gojon que me expulsó del Liceo Anglo Francés en segundo de secundaria. Admito también que fui un alumno muchas veces beligerante, rebelde e indisciplinado. Desde mi punto de vista, lo que define a un buen maestro, más allá de su conocimiento, es su vocación y el amor por su oficio, su empatía frente a los alumnos, su capacidad de motivarlos y emocionarlos. Hoy lo vemos con Iker que tiene extraordinarias maestras como son Alis y Marlyn. Más allá del programa educativo o la institución, lo que hace la diferencia es que estas profesoras ejercen con verdadera pasión su labor docente. Hoy y siempre, a la distancia o en el aula: ¡Gracias Profes!
Friday, May 15, 2020
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