Acaso ha llegado el momento de escribir un nuevo manual de urbanidad y buenas maneras de Carreño aplicado a la era de las redes sociales y el WhatsApp. Las nuevas formas en que interactuamos requieren un código de elemental cortesía y educación. Entre los múltiples tópicos que este manual debe incluir, un capítulo muy importante es el relativo a las llamadas telefónicas. En mi personal código de etiqueta, hoy en día una llamada telefónica debe venir siempre precedida de un mensaje escrito ya sea en Whats o en Messenger de Facebook. Aprecio muchísimo a la gente educada que antes de llamarme me escribe y me pregunta “¿te puedo llamar?”. Eso es tener categoría. Salvo que sean cuestiones de emergencia, asuntos laborales que requieren respuesta inmediata, gente de tu familia cuyos números reconoces o la notificación de que ganaste un premio literario, una llamada telefónica que irrumpe sin previo aviso me parece sumamente grosera. La llamada telefónica es esencialmente egoísta e invasiva porque te obliga a dejar de hacer lo que estás haciendo para dedicarle toda la atención a quien te llama. Puedes ir manejando o estar en medio de una situación comprometida y el timbre del teléfono te saca de concentración. Todas las llamadas de call center dedicadas a promover tarjetas de crédito, afores, seguros, paquetes funerarios y de más necedades, deberían ser declaradas ilegales. Ignoro si haya un estudio de mercado que me contradiga, pero creo que hoy en día las posibilidades de éxito de una venta por teléfono son ínfimas o de plano nulas. A mí me parece la peor estrategia comercial posible. Nunca he entendido por qué carajos hay personas que forzosamente necesitan concretar los acuerdos por teléfono habiendo hoy tantas alternativas para comunicarse. Además, la gran ventaja es que la palabra tecleada no se la lleva el viento. Si hiciste una cita o llegaste a un acuerdo vía WhatsApp y poco después te surge alguna duda, siempre estará la bendita palabra escrita para aclarar cualquier malentendido. Mis procesos comunicativos están llenos de paradojas. Me formé en la oratoria clásica, me gusta muchísimo hablar en público y siempre me he sentido muy cómodo a la hora de agarrar un micrófono y dirigirme a un grupo de gente, pero suelo bloquearme terriblemente cuando hablo por teléfono. Las ideas se me atoran e inmediatamente siento imperiosa necesidad de dar por terminada la conversación y colgar. Ni hablar de las juntas virtuales. El Skype siempre lo he odiado a muerte porque irremediablemente falla y en lugar de concentrarte en el contenido de tu mensaje estás preocupándote porque la tecnología no te juegue una mala pasada. El Zoom parece ser un poco más práctico, pero en cualquier caso suelo sentirme incómodo. Claro, supongo que tendré que irme acostumbrando pues cada vez van a ser más socorridas este tipo de herramientas. Hace poco impartí mi primera sesión de taller virtual y creo (salvo la mejor opinión de los alumnos) que no me salió tan mal.
Tuesday, May 12, 2020
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