Cuatro croniqueros
Écheme cuatro de crónicas pa la cuarentena. Si ya de por sí soy un lector promiscuo, el encierro me pone peor de compulsivo. Como la crónica es el género viajero por excelencia, le he estado entrando en riguroso desorden a este cuarteto. Empecemos con Águilas y gallinas. Crónicas de la frontera México-Estados Unidos de Roberto Bardini. A veces creo que el Conde de Coralito ha vivido cuatro o cinco vidas en donde ha sido Lawrence de Arabia, el Pirata Morgan, Sandino y Buffalo Bill. Vaya que ha corrido la milla el colega. En Águilas y gallinas recorremos el presente y el pasado de los 3 mil kilómetros de franja fronteriza en un auténtico mural. Si quieres entender cómo es que hemos llegado al escenario distópico de la frontera trumpiana, tírate un clavado en estas crónicas donde lo mismo viajamos con el malogrado Sutter, el aventurero suizo que apadrinó la fiebre del oro o el filibustero William Walker, quien empezó sus correrías en Ensenada. Un repaso a personalidades como Pete Wilson, Jerry Brown, los caza migrantes de Roger Barnett (yo también estuve en Douglas en abril del 2000), Rodney King y los riots angelinos del 92 por no hablar de las matanzas de búfalos y apaches o el glamour del Riviera ensenadense. Seguimos con Mi Patagonia de Cristina Rascón, un libro que es pura saudade: sui generis, intimista, una suerte de viaje interior habitado por elementos mágicos en donde moran fantasmas, Orixás y diableros. Voces de muertos, nostalgias y almas prófugas. Puede ser Salvador de Bahía o Culiacán y en cualquier caso estaremos recorriendo calles y anocheceres para explorar la zona profunda de eso que llaman los ríos subterráneos del subconsciente, el Yo inesperado siempre al acecho. Me encanta el uso de la segunda persona, acaso la voz narrativa ideal cuando se trata de escribir a corazón abierto y hablarse a uno mismo. Aún si leyera a ciegas sin tener referencias sobre la autora me bastaría media página para adivinar que es poeta. Ahora imaginemos cosas con Julián Herbert a quien leo tarareando rolitas de Él mató a un policía motorizado. Lo de Julián es pura esencia de exorcismo, una crónica-terapia, un rodar de acá para allá en afán de conjurar los demonios del desbarrancadero y la abstinencia. Me gusta caminar con el narrador por ciudades de las que guardo algún recuerdo intenso: Loreto, Valparaíso, Shanghái, aunque en algunos casos la crónica sea casi un pretexto para hablar de uno mismo. Tal vez los puristas del género como Leila Guerriero o Caparrós le dirían que hay un exceso de yo, pero Julián es un narrador muy cabrón y consigue meterme en su trip metal mientras extrañas sombras siguen mis pasos. Sí, yo también quiero enfrentarme a todos y no me importa cuán salvaje es la pelea. Cerramos con Alguien camina sobre mi tumba de Mariana Enríquez. Tal vez el problema es que empiezo a esperar demasiado de esta narradora y sus crónicas sobre cementerios del mundo son simplemente irregulares, algunas metidas muy a la fuerza (la de panteones mexicanos es simplemente fallida). Algunas, como La muerte y la doncella, son casi un cuento (lo que mejor se le da a Mariana) pero otras son casi una mención de compromiso para completar el catálogo turístico. Los celebérrimos muertos de Montparnasse, Bon Scott en Perth, Elvis en Graceland, los ecos del vudú en Nueva Orleans y las blancas tumbas de la Necrópolis habanera con la visita de los Manic Streat Preachers como música de fondo. Pura vagancia tumbera en 17 cementerios para conjurar la cuarentena.