Esta manía de empezar por el final no es nueva. Por alguna razón, tiendo a iniciar el camino a partir de una escena concluyente. El final es en donde partí, diría La Renga. Uno de mis cuentos publicados más viejos (quizá mi primer cuento maduro, si es que algún día maduré) es Río Santa Catarina. La escena inicial y fundamental de ese relato la contemplé en vivo la mañana del 17 de septiembre de 1988, cuando el Huracán Gilberto inundó el Río Santa Catarina como no se había visto nunca en la historia de Monterrey. Nuestro río siempre seco fue por años la unidad deportiva más grande del mundo y sobre su lecho de lodo y lama había varias decenas de canchas de futbol. Fueron muchos los futbolistas regios que se formaron ahí. Más allá de la tragedia y las vidas perdidas, lo primero que pensé al ver aquel torrente es que ese domingo se suspenderían cientos de partidos de futbol. Empecé a imaginar la historia de un equipo espectacular que ese día jugaría una final en calidad de favorito, cuya coronación quedaría frustrada por la catástrofe meteorológica. Guardé el embrión en la mente pero tuvieron que pasar ocho años para que me decidiera a escribirlo durante un exilio en Nueva Inglaterra con muchísimas horas muertas. Claro, pasarían más de 17 años antes de verlo publicado en Cartografías absurdas de Daxdalia, un irregular libro que rescata algunos relatos juveniles. De cualquier manera, en aquel embrionario cuento yacían las herramientas de las que me seguiría valiendo mucho tiempo después. Una escena contundente y concluyente para arrancar, tomada de un hecho histórico, a partir de la cual nos subimos a la máquina del tiempo y nos vamos muchos años atrás.
Tuesday, March 31, 2020
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