Limpios son los cielos de la cuarentena. Ni asomo de brumas o suciedades. Pura nubosidad cargada de baños purificadores. A los cielos de tormenta sobrevienen sábanas azulísimas. La hierba está crecida, las flores están en su punto y los pájaros irrumpen con su serenata desde las cinco de la mañana. El umbral entre el invierno y la primavera arrastra su manto de nubes y su abrazo de lluvia fría. Hasta el granizo nos ha arrullado con su canción de madrugada. Verde es todo el entorno y si miras al Pacífico, el punto de fuga en la Islas Coronado es de una pulcritud que hiere. Eso sí, las noches traen consigo un vientecito helado de montaña. No sé si prefiero días iguales o días distintos, se pregunta Calamaro, pero en cualquier caso no alcanzo a dimensionar la velocidad real de estas jornadas. Las horas parecen caminar lentas, pero sin querer mucho la cosa ya han transcurrido más de quince días de confinamiento. Nuestra contingencia particular, que es la enfermedad de Canica, nos mantiene en vilo. Frente a ella desfila una larga ristra de antibióticos, sueros, potajes, pastillas y alimentos especiales que nos encargamos de sambutirle a la brava. Al final del día, las horas se nos van como arena entre los dedos. Leo en riguroso desorden, despierto de madrugada, me arrojo en brazos del insomnio y el sueño vuelve a vencerme rayando el amanecer. La duermevela trae imágenes alucinantes de estos tiempos que se confunden con lo que supongo es la realidad. En el entorno todo sigue tan campante. Las calles de Rosarito y Tijuana no son las de ciudades en cuarentena. Salgo al Oxxo a surtir el garrafón de agua y hay una horda del pochos haciendo fila con sus cartones de Tecate. En el bar los gringos viejos beben y fuman sus nostalgias. No imagino a Tijuana confinada puertas adentro en rigurosa cuarentena. Aquí ni siquiera aplica el que la gente entenderá cuando empiece la danza de la muerte, porque por estos rumbos lo común es beber y bailar inmersos en el desbarrancadero. Si nuestro promedio de ocho homicidios al día no fue capaz de acabar con la fiesta perpetua, menos se acabará por una difusa amenaza apocalíptica que matará muchas menos personas que nuestra cotidiana narcoviolencia. El vaivén de los ciclos cumple puntualmente. En años veinte del Siglo pasado, hordas de gringos crápulas se refugiaban en Tijuana de su puritana ley seca. En los veinte del XXI, la gringada huye de su dictatorial cuarentena, que en California sí es seria, y se refugian en nuestras tolerantes barras. El cielo y el mar están tan limpios que alcanzas a distinguir con claridad la bahía de San Diego y las siluetas de los barcos en tercera dimensión. Nuestro viaje de Semana Santa a Cancún ya fue tristemente cancelado. También las seis o siete fugas librescas programadas para esta primavera. Poca escritura, mucho desvarío, Aperol con Campari y el abril robado que se ya se asoma en la línea del horizonte
Monday, March 30, 2020
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