Escribir con café y leer con whisky. Eso es la fórmula del éxito si le quieres entrar de lleno a los quehaceres de la palabrería, el primer mantra de mi manual de pepena y caza para cuentistas rejegos. Pero... qué pasa cuando al tocayito que hace el whisky allá por los rumbos de Tennessee le da por entrarle también a moler café? Bueno, pues ahora resulta que Jack Daniels también hace cafecito. Algo se ha alterado en el orden del universo. Esto es darle alas a los alacranes. Escribir con café que sabe a whisky y leer con whisky que sabe a café. Y bueno, debo admitir que algunas mañanas (muy contadas y especiales) se vale arrojar unas gotas de Bourbon a la taza de café, aunque no se recomienda hacerlo diario. La clave es moler el grano y hervir el agua cuando el primer destello de luz irrumpe por la ventana de la cocina y aún te hablan al oído los fantasmas de la duermevela. Ya con el divino potaje humeando en tu taza favorita, ahora sí tírate a matar sobre la desolada estepa de la hoja en blanco. Algo bueno arrojan esos pequeños rituales. A mí me ha funcionado la receta.
Pd- Del whisky nocturno se hablará más adelante.
Friday, February 07, 2020
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