Así que Berlín era eso, la nublada desolación de una gran plaza sin artefacto digital para la reglamentaria selfie. Berlín era eso: una catedral tan alta como la mata de los frijoles mágicos capaz de horadar el cielo y más allá. Era preciso inclinarse para alcanzar a distinguir las puntas cupulares. Del otro lado otro par de iglesias con alguna virgen raída, un herrumbre heredado por los bombardeos aliados y yo sin cámara (dejada intencionalmente en el hotel) jurando retornar al día siguiente, porque en Berlín estaremos tres días y no solo unas horas como sucederá en los otros destinos de la travesía (¿?) El oscuro apartamento donde fluyó la creatividad de David Bowie es atracción turística. Hay lugares fértiles, donde los duendes flotan en el aire listos para tocar el punto G de esa red neuronal done se encienden las ideas más locas y los sueños más salvajes. A Bowie lo visitaron gatos de Marte (¿no eran acaso arañas?) y la chatarra transgénica en nuestro organismo era vomitada en forma de robots asesinos. La creatividad era eso: un depita berlinés infestado de pura magia, del todas las músicas me hablan que mi compulsiva agrafía ando extrañando tanto, un incesante fluir de puro pensamiento desbocado y en carrerea como potro rejego, como la mente del mismísimo Stardust. Nada fue igual después de aquel oasis prusiano. Así que Berlín era eso.
Wednesday, October 30, 2019
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