Alguna vez les dije que toda biblioteca es esencialmente una divina utopía, un proyecto eternamente postergado para un mañana que nunca llegará. Lo peor es que además de ser vocacionalmente utópica, mi biblioteca representa un desafío arquitectónico. Cuesta trabajo dimensionar cómo me las he arreglado para meter más de 4 mil libros en un espacio tan reducido. El arsenal se incrementa cada semana pero la casa es la misma desde hace 16 años. Dado que las repisas de los libreros hace mucho son insuficientes, he tenido que hacer magia con dobles y triples filas y portentos de equilibrio con montones que se sostienen con inexplicables contrapesos. Hay libros dentro de la cajuela de un viejo carro, apilados en cajas, en repisas de la lavandería, haciendo montón en la mesa de noche, por no hablar de los que he exiliado a casas de gente que aprecio. El mayor malabarismo lo representan los ejemplares que están a mi lado al momento de escribir este texto. Aquí junto a la mesa del comedor, sobre un viejo baúl de madera, yace un atiborre de unos 120 libros. Dado que la única superficie de apoyo es la tapa del baúl (cuyo interior, obvia decir, también está atiborrado) he tenido que recurrir a imposibles leyes de la física hogareña para mantener un precario equilibrio, tan frágil como el gobierno de una república balcánica en los 90. Las filas verticales superiores se sostienen mediante contrapesos, empujándose mutuamente para no caer desparramados. Hay ejemplares que fungen como columnas o soportes y otros a su vez como repisa. Por ejemplo, el gran mastodonte que es Moby Dick y el primer tomo de las obras completas de Dostoyevski en Galaxia Gutenberg fungen como postes laterales, guardianes que impiden el derrumbe de los libros intermedios. La pasta dura es fundamental, pues estos ejemplares pueden sostenerse por sí mismos. Por ello es clave la función desempeñada por la Antología Universal del Relato Fantástico en Atalanta y la Poesía completa de Alejandra Pizarnik en Lumen. Sin embargo, la insustituible barrera de contención dentro de este engranaje es Philip K. Dick, concretamente ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Colocado en forma horizontal, este libro hace tareas de repisa, apoyado a su vez sobre los dos volúmenes de Vuelta prohibida, las obras de Joaquín Hurtado editadas por la UANL. Imprescindible la función desempañada por los representantes de Zorro Rojo como La trilogía de NY de Auster, el Macrovaldo de Calvino, las 1280 Almas de Thompson o What If de Munroe. Tal vez pronto tengamos que tomar acciones radicales con mi biblioteca. He pensado en proponer un contrato de usufructo o comodato con alguna institución cultural a la que ceda el uso y disfrute de mi acervo por tiempo indefinido, pero especificando que regresará a mis manos en un futuro (mediano o acaso lejanísimo e improbable) cuando nos hagamos de un inmueble de mayores dimensiones. ¿Lo creen ustedes posible? ¿Habrá alguna institución que le quiera entrar? ¿Seré capaz de desprenderme?
Monday, October 28, 2019
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