BIBLIOTECA PALIMPSESTO
Con cierta frecuencia me topo con personas que me piden argumentos contundentes para demostrar la superioridad del texto impreso sobre el digital. Nunca he pretendido erigirme en defensor de oficio de la letra impresa ni me he envuelto en su bandera para ser inmolado como mártir en el altar de sacrificios de la fibra óptica. Mi causa es en pro de la lectura y si las letras yacen sobre una servilleta o sobre una pantalla de iPad, es un asunto que me resulta poco trascendente frente a la calidad del texto leído. El empaque y la superficie, lo tengo claro, no deben usurpar la supremacía del contenido, lo cual no me impide albergar ciertas manías y costumbres que me hacen preferir el papel. Tal vez mi razón más fuerte para optar por textos impresos, es esa incurable compulsión por rayar los libros. No he aprendido a leer sin una pluma en la mano. No concibo la lectura sin el subrayado y el apunte. Para mí los libros son también cuadernos de notas. Marco las frases e ideas que me parecen más trascendentes, pero a menudo también desparramo ideas que me toman por asalto en un juego de libre asociación y que nada tienen que ver con el texto leído. Las páginas blancas del libro me sirven para improvisar pequeños relatos, diarios íntimos, juegos de palabras o incluso dibujitos. No pocas veces anoto nombres, teléfonos y direcciones. Sé que esto puede resultar aberrante para los amantes del libro-objeto, pero nunca se me ha dado eso de mantener inmaculados a los amigos de papel y tinta. Tal vez por ello me cuesta tanto trabajo leer libros prestados, pues debo amarrarme las manos y privarme de la manía de rayar. En un iPad no puedo dar rienda suelta a mi compulsión por la nota y el subrayado. El formato pdf se mantiene intacto y sin huellas como un cuerpo frígido condenando a una eterna virginidad. No hay manchas de café y vino derramado; tampoco encuentro esa huella mostrenca de tinta corrida. Me podrán decir que hay ciertos dispositivos para escribir en el kindle que permiten subrayar, pero es algo automático, carente de ese pulso nervioso o arrebatado. Los ejemplares de mi biblioteca suelen ser palimpsestos. Hay escrituras contrastantes conviviendo en la misma superficie. Junto a los párrafos escritos por Ricardo Piglia, Sergio Pitol o Paul Auster yace una caligrafía anárquica en tinta azul. Cada ejemplar de mi biblioteca arrastra consigo las huellas de las circunstancias en que fue leído. Ocultas entre sus páginas suele haber tarjetas, boletos, notas de consumo, pedazos de papel. Cada libro es una cartografía donde yacen las claves de su propia lectura, un estado de ánimo, un momento irrepetible en la vida. El acto de leer es siempre una aventura y mi biblioteca palimpsesto es el mapa del tesoro.