Eterno Retorno

Monday, September 07, 2009

La obra existe aún antes de cobrar vida, como un germen con todas las posibilidades de expansión, dice mi Madre. Y yo pregunto: ¿Existen ya en mi piel los tatuajes que aún no me he hecho?

Concluyo la lectura de El Tatuaje en Monterrey de Ana María Basave y sólo se que quiero tatuarme más. Ojalá mi madre se traiga sus instrumentos cuando venga a saludar a Iker

El principio del placer es el motor de mis lecturas. Leer es un acto hedonista. Para estoicismos ya tengo suficiente. Leer esta obra fue un acto de placer puro. Ojalá Bataille hubiera leído este libro. Por momentos sentí bucear en las profundidades de Las lágrimas de eros del buen y atormentado Georges o en De lágrimas y santos de Ciorán.

Esta obra es un ritual de iniciación en sí misma y a su vez describe el sentido espiritual de dichos rituales. Es como si al cortar o al tatuar, algo en la persona muriera, nos dice la autora. Después, el nuevo tatuaje o escarificación toma el lugar de lo que ha muerto y surge una nueva persona. También en este ritual de escritura-tatuaje muere y nace alguien. Los rituales que involucran dolor, como el tatuaje, la escarificación, la circuncisión son como analogías de la naturaleza y están diseñados, por medio de la imitación y el poder de los símbolos, para curar. Escribir un libro y además materializar el libro en la propia vida, es algo así. Ritual de iniciación. Nacimiento del otro. Poco o nada se yo de teoría del arte y sin embargo en la historia y espiritualidad del tatuaje encuentro revelaciones sobre los grandes dilemas de la insuficiencia ontológica humana.



Por conducto de mi amigo Pedro Beas recibo una columna en donde Mario Vargas Llosa se confiesa poseso y emocionado por la trilogía Millenium de Stieg Larsson, cuyo primer libro he concluido. Por eso ya está en mis manos el segundo ejemplar de la serie y pronto me haré del tercero. Este es exactamente el artículo que necesitaba leer para confirmar lo que pienso. Coincido con Mario en su franca emoción. Me siento igual que él. Puedes odiar al peruano- español por neoliberal, pero alguien que puede disertar de esa forma sobre Víctor Hugo u Onetti algo sabe de ese arte tantas veces asesinado en nombre de la teorrea llamado Novela. Vuelvo a lo mismo: yo leo porque soy un tipo hedonista y nada más. Hasta la saciedad me han repetido que la novela se ha muerto, que un ladrillo de 665 páginas (le faltó una para la marca de la bestia) en donde se narran andanzas de inexistentes personajes buenos y malos es algo caduco y prehistórico, algo muy del Siglo XIX. Por fortuna soy sólo un lector o acaso soy, en definición de Cortázar citado por el propio Vargas Llosa, un “lector hembra”, un tipo que sólo sabe si lo que lee le gusta o no le gusta y no sabe exactamente por qué le gusta. Tan fácil como eso. Como un buen vino, como un buen sexo. He leído sobre análisis estructural del relato y teoría literaria. Se que hay criterios técnicos para diseccionar una novela y calificarla como buena o mala. Imagino a los amantes de la postnarrativa, los metatextos y toda esa bazofia criticando a los anticuados lectores de una novela gorda y comercial como Los hombres que no amaban a las mujeres y recomendando que leamos autores modernos marca revista La Tempestad en donde celebren una y otra vez un funeral frente a un ataud vacío donde según ellos debe estar la Novela. A chingar a su puta madre teorreícos. Mientras un personaje de ficción como Lisbeth Salander creado en la mente de un tipo que ya ha muerto, se reproduzca al mismo tiempo y con distintas caras en las mentes de cientos de miles de lectores, mientras uno, dos o un millón de seres humanos repitan en armonía ese mismo acto misterioso, solitario y fascinante de sumergirse con pasión en las andanzas de personajes que no existen, la novela nos seguirá dando gritos de vida y salud eterna.