Orgía de balas y cadáveres, de escenas criminales y sepelios fugaces. Mientras los hoteles destinados a los turistas no los habitan ni los fantasmas, el Servicio Médico Forense puede presumir ocupación total y sobre cupo el año entero. Sábanas ensangrentadas, sirenas encendidas y las cenizas de tu último cigarro desparramadas entre los casquillos. Muertos, palabrería, Policía Federal, más muertos, eructos compulsivos de solemnes ineptos; “estamos investigando, se trata de una guerra de bandas rivales, la PGR atraerá la investigación” y los cadáveres no paran de desfilar. El vómito de palabras brota como una catarata pestilente; “los índices delictivos van claramente a la baja, le estamos ganando la guerra al crimen, el Presidente Calderón está comprometido con Tijuana, los empresarios y los turistas están recuperando la confianza ” y las sirenas vuelven a romper el silencio de la madrugada y los cuerpos anónimos yacen en una página eternamente reciclada, una fosa común periodística a donde van aquellos cuyos nombres jamás se conocerán. ¿A alguien le importan un carajo? ¿A tí te importan? ¿Quiénes eran? ¿Cuánto gritaron mientras eran torturados? Son 18 cuerpos, carne lacerada, sangre seca y pestilencia. Acaso debamos medir las estadísticas delictivas en toneladas de carne humana amontonada en el Semefo.
Alguien se toma el trabajo de repartir tiros de gracia en 18 cabezas, de cortar lenguas delatoras con un machete, de arrastrar cuerpos entre el polvo baldío, mientras allá en Wall Street los grises hombres de la perpetua corbata sudan frío al ver las Siete Plagas a través de las pantallas. Allá en el Capitolio washingtoniano los congresistas asestaron soberano batazo al Fobaproa gringo y las bolsas del Mundo se desgarran. No lo entiendes pero lo intuyes; toda la porquería apocalíptica se hace real. La bestia de cuyas ubres amamantamos está herida y sangra a mares. La sangre financiera viene del Norte y empieza a inundar la frontera con su pestilencia. En 1982 y 1995 Tijuana se cobijó en su edén dolarizado, en sus miles de turistas e inversionistas que nos hacían sacarle la lengua a la Gran Tenochtitlán desde nuestro fronterizo blindaje financiero. Pero hoy esos turistas huyen despavoridos. Hace tiempo nadie viene a una frontera regada de muertos y aún en el onírico caso de que la paz reinara en la entidad, ellos ya no tienen un centavo que gastar. La parranda financiera deviene en cruda monumental, la cruda de las calles fantasmas de Rosarito, de los letreros de “Se renta, se vende, se traspasa, se remata” en mil y un negocios quebrados, en la sinfonía de las esperanzas rotas. Aspirantes a migrantes, les regalo un consejo: Ya no vengan para acá.
Pero esta mañana, mientras las bolsas del mundo se caen y los que saben afirman que el crack del 29 fue Dinsneylandia en comparación con esta hecatombe, doce cadáveres son el desayuno escolar de los niños de la primaria Valentín Gómez Farías. Seis más se suman en las horas siguientes. El pilón, cortesía de la casa, es una bolsa de lenguas cercenadas. 18 ejecutados inauguran nuestra semana. Una cacería de policías despidió la anterior. De la Penitenciaría ya nadie parece acordarse y los cadáveres de hoy serán olvidados en nombre de la ejecución de mañana.
La borrachera de la Muerte aparenta volverse eterna en nuestra Tijuana. Vaya parrandita de la Calaca. Las balas están en oferta. Aproveche la promoción.
Mientras tratas de dormir o mientras coges, mientras apuras el trago de whisky en la noche o de café negro en la mañana y te das cuenta que los números no salen y tu billete de 500 pesos vale menos que una servilleta, alguien está siendo asesinado con saña absoluta en esta ciudad. Y si quieren que sea honesto, a mi me quita más el sueño el Apocalipsis financiero. Hasta ahora los muertos jamás me han matado.
PD- Pero nuestros siempre agudos inspectores de la PGJE, dignos personajes de Conan Doyle, han llegado a una sabia conclusión luego de concienzudas pesquisas criminológicas. Resulta que hay una coincidencia en estos crímenes: Y es que a ninguna de las 18 personas que mataron la habían matado antes.
Lo escribí hace cinco años. Hoy tiene absoluta vigencia.
- Era como si mi nariz percibiera el olor de la sangre que aún no se ha derramado, la que se derramará esta noche, este fin de semana la de estos seres que en este momento están bebiendo una cerveza y comiendo unos mariscos y que dentro de unos días estarán envueltos en una cobija arrumbados en un baldío. La sangre de los que en este preciso instante, tal vez a unos metros de aquí, están siendo torturados y martirizados a punta de batazos. Aquí, en esta misma atmósfera tijuanera que no se define entre la niebla perpetua y el viento de Santana, flotan los pensamientos y los sueños de la próxima víctima, del próximo iluso que no pagará a tiempo el gane de mota, del madrina ministerial indiscreto, del sicario que desparramará el cuerno de chivo, del reportero de guardia que tecleará una insignificante nota de cuatro párrafos donde se hablará de un hombre ejecutado envuelto en cobijas, encontrado en un terreno baldío, en cuyo cuerpo se apreciaban evidentes huellas de haber sido objeto de cruel tortura y cuya identidad no ha sido aún confirmada por la Policía Ministerial. Pan nuestro de cada día en la nueva Tijuana. Escribir la nota sobre un ejecutado es algo tan de trámite como escribir la nota del desayuno de un político-
La borrachera de la Muerte no se acaba nunca.
Alguien se toma el trabajo de repartir tiros de gracia en 18 cabezas, de cortar lenguas delatoras con un machete, de arrastrar cuerpos entre el polvo baldío, mientras allá en Wall Street los grises hombres de la perpetua corbata sudan frío al ver las Siete Plagas a través de las pantallas. Allá en el Capitolio washingtoniano los congresistas asestaron soberano batazo al Fobaproa gringo y las bolsas del Mundo se desgarran. No lo entiendes pero lo intuyes; toda la porquería apocalíptica se hace real. La bestia de cuyas ubres amamantamos está herida y sangra a mares. La sangre financiera viene del Norte y empieza a inundar la frontera con su pestilencia. En 1982 y 1995 Tijuana se cobijó en su edén dolarizado, en sus miles de turistas e inversionistas que nos hacían sacarle la lengua a la Gran Tenochtitlán desde nuestro fronterizo blindaje financiero. Pero hoy esos turistas huyen despavoridos. Hace tiempo nadie viene a una frontera regada de muertos y aún en el onírico caso de que la paz reinara en la entidad, ellos ya no tienen un centavo que gastar. La parranda financiera deviene en cruda monumental, la cruda de las calles fantasmas de Rosarito, de los letreros de “Se renta, se vende, se traspasa, se remata” en mil y un negocios quebrados, en la sinfonía de las esperanzas rotas. Aspirantes a migrantes, les regalo un consejo: Ya no vengan para acá.
Pero esta mañana, mientras las bolsas del mundo se caen y los que saben afirman que el crack del 29 fue Dinsneylandia en comparación con esta hecatombe, doce cadáveres son el desayuno escolar de los niños de la primaria Valentín Gómez Farías. Seis más se suman en las horas siguientes. El pilón, cortesía de la casa, es una bolsa de lenguas cercenadas. 18 ejecutados inauguran nuestra semana. Una cacería de policías despidió la anterior. De la Penitenciaría ya nadie parece acordarse y los cadáveres de hoy serán olvidados en nombre de la ejecución de mañana.
La borrachera de la Muerte aparenta volverse eterna en nuestra Tijuana. Vaya parrandita de la Calaca. Las balas están en oferta. Aproveche la promoción.
Mientras tratas de dormir o mientras coges, mientras apuras el trago de whisky en la noche o de café negro en la mañana y te das cuenta que los números no salen y tu billete de 500 pesos vale menos que una servilleta, alguien está siendo asesinado con saña absoluta en esta ciudad. Y si quieren que sea honesto, a mi me quita más el sueño el Apocalipsis financiero. Hasta ahora los muertos jamás me han matado.
PD- Pero nuestros siempre agudos inspectores de la PGJE, dignos personajes de Conan Doyle, han llegado a una sabia conclusión luego de concienzudas pesquisas criminológicas. Resulta que hay una coincidencia en estos crímenes: Y es que a ninguna de las 18 personas que mataron la habían matado antes.
Lo escribí hace cinco años. Hoy tiene absoluta vigencia.
- Era como si mi nariz percibiera el olor de la sangre que aún no se ha derramado, la que se derramará esta noche, este fin de semana la de estos seres que en este momento están bebiendo una cerveza y comiendo unos mariscos y que dentro de unos días estarán envueltos en una cobija arrumbados en un baldío. La sangre de los que en este preciso instante, tal vez a unos metros de aquí, están siendo torturados y martirizados a punta de batazos. Aquí, en esta misma atmósfera tijuanera que no se define entre la niebla perpetua y el viento de Santana, flotan los pensamientos y los sueños de la próxima víctima, del próximo iluso que no pagará a tiempo el gane de mota, del madrina ministerial indiscreto, del sicario que desparramará el cuerno de chivo, del reportero de guardia que tecleará una insignificante nota de cuatro párrafos donde se hablará de un hombre ejecutado envuelto en cobijas, encontrado en un terreno baldío, en cuyo cuerpo se apreciaban evidentes huellas de haber sido objeto de cruel tortura y cuya identidad no ha sido aún confirmada por la Policía Ministerial. Pan nuestro de cada día en la nueva Tijuana. Escribir la nota sobre un ejecutado es algo tan de trámite como escribir la nota del desayuno de un político-
La borrachera de la Muerte no se acaba nunca.