¿Un pozolito?
“Esto le pasara al Ingeniero y atodo los que andan con él los bamos aser posole".
Sin duda nuestros cultos sicarios son doctores de la Real Academia de la Lengua, gramáticos meticulosos que no perdonan la omisión de un acento o una coma fuera de lugar. Lo peor es que el domingo antepasado comí pozole.
Cuánto plomo mal gastado en cuerpos innecesarios, afirma Eskorbuto. ¿Se ha malgastado también el ácido sulfúrico? El Infierno suele estar a mil millas de distancia y nos llega siempre a través de la pantalla, pero aquí en Tijuana suele estar a la vuelta de la esquina. Los tres tambos donde tres cuerpos se consumían en ácido, fueron colocados a unos metros del lugar donde trabajamos.
Lo absurdo es creer que el Infierno tiene límites, que algún día tocarás fondo, que esto reventará como un dolor de oído y que poco a poco el cielo se irá aclarando.
Y pese a todo sigo caminando por la ciudad, recorriéndola, viviéndola. Ni siquiera puedo decir aquí nos tocó vivir, pues la realidad es que aquí ELEGIMOS vivir. Hace unas dos o tres semanas caminábamos por un parque en Playas de Tijuana en donde se exponían cuadros, tocaban bandas, se vendían chucherías y se bebía vinito en una tarde cachonda con el Sol de las seis de la tarde desparramándose delicioso sobre las aguas del Pacífico. Esa tarde sentí, o creí sentir, que pese a todo Tijuana quiere sonreír, sacarse al Diablo del corazón y creer que hay por ahí algo parecido a la buena leche que se resiste a la extinción. Pero en semanas como esta, creo estar caminando sobre una tierra condenada, poblada de mierdez y miseria humana, una caósfera desquiciada, un museo de los horrores.
Pero al carajo ya con estos temas. Podría narrar mejor que anoche tuve fiebre y no propiamente de sábado por la noche. Por alguna razón aún inexplicable, el termómetro corporal subió un par de grados. No es fácil dormir con fiebre. Los sueños se tornan densos, alucinantes y arrastran consigo toda la desesperación y el absurdo de El Castillo o El Proceso kafkianos. Las Pinturas Negras de Goya o el Jardín de las Delicias de El Bosco deben haberse concebido en una noche de fiebre. Cuando los intentos infructuosos por dormir se transforman en pesadillas, vale la pena despertar y recurrir a los libros de buró. Leer en una madrugada con fiebre puede llegar a ser una experiencia intensa. Si los sueños se tornan alucinantes, la lectura afiebrada llega a niveles de densidad extrema. Primero abrí un libro de ensayos de Tomás Eloy Martínez en el que diserta en torno a la realidad maleable del Quijote donde Cide Hamete Benengeli narra una historia que traduce Cervantes y plagia Avellaneda mientras Alonso Quijano y Sancho generan el material noticioso. Después, decidí volver a un viejo y bienamado amigo: El Aleph de Borges. Hay libros que no se acaban de leer nunca y que están destinados a ser compañeros inseparables de buró por toda la eternidad. El Aleph es uno de ellos. Anoche comencé una relectura más, en riguroso orden, comenzando por El Inmortal y la magia invadió la madrugada. Hay libros mágicos cuya eterna relectura es algo más que un ritual.
“Esto le pasara al Ingeniero y atodo los que andan con él los bamos aser posole".
Sin duda nuestros cultos sicarios son doctores de la Real Academia de la Lengua, gramáticos meticulosos que no perdonan la omisión de un acento o una coma fuera de lugar. Lo peor es que el domingo antepasado comí pozole.
Cuánto plomo mal gastado en cuerpos innecesarios, afirma Eskorbuto. ¿Se ha malgastado también el ácido sulfúrico? El Infierno suele estar a mil millas de distancia y nos llega siempre a través de la pantalla, pero aquí en Tijuana suele estar a la vuelta de la esquina. Los tres tambos donde tres cuerpos se consumían en ácido, fueron colocados a unos metros del lugar donde trabajamos.
Lo absurdo es creer que el Infierno tiene límites, que algún día tocarás fondo, que esto reventará como un dolor de oído y que poco a poco el cielo se irá aclarando.
Y pese a todo sigo caminando por la ciudad, recorriéndola, viviéndola. Ni siquiera puedo decir aquí nos tocó vivir, pues la realidad es que aquí ELEGIMOS vivir. Hace unas dos o tres semanas caminábamos por un parque en Playas de Tijuana en donde se exponían cuadros, tocaban bandas, se vendían chucherías y se bebía vinito en una tarde cachonda con el Sol de las seis de la tarde desparramándose delicioso sobre las aguas del Pacífico. Esa tarde sentí, o creí sentir, que pese a todo Tijuana quiere sonreír, sacarse al Diablo del corazón y creer que hay por ahí algo parecido a la buena leche que se resiste a la extinción. Pero en semanas como esta, creo estar caminando sobre una tierra condenada, poblada de mierdez y miseria humana, una caósfera desquiciada, un museo de los horrores.
Pero al carajo ya con estos temas. Podría narrar mejor que anoche tuve fiebre y no propiamente de sábado por la noche. Por alguna razón aún inexplicable, el termómetro corporal subió un par de grados. No es fácil dormir con fiebre. Los sueños se tornan densos, alucinantes y arrastran consigo toda la desesperación y el absurdo de El Castillo o El Proceso kafkianos. Las Pinturas Negras de Goya o el Jardín de las Delicias de El Bosco deben haberse concebido en una noche de fiebre. Cuando los intentos infructuosos por dormir se transforman en pesadillas, vale la pena despertar y recurrir a los libros de buró. Leer en una madrugada con fiebre puede llegar a ser una experiencia intensa. Si los sueños se tornan alucinantes, la lectura afiebrada llega a niveles de densidad extrema. Primero abrí un libro de ensayos de Tomás Eloy Martínez en el que diserta en torno a la realidad maleable del Quijote donde Cide Hamete Benengeli narra una historia que traduce Cervantes y plagia Avellaneda mientras Alonso Quijano y Sancho generan el material noticioso. Después, decidí volver a un viejo y bienamado amigo: El Aleph de Borges. Hay libros que no se acaban de leer nunca y que están destinados a ser compañeros inseparables de buró por toda la eternidad. El Aleph es uno de ellos. Anoche comencé una relectura más, en riguroso orden, comenzando por El Inmortal y la magia invadió la madrugada. Hay libros mágicos cuya eterna relectura es algo más que un ritual.