Estoy condenado a ser un católico. Puedo gritar una vez y mil veces que no creo en Dios, pero tengo sangre, carne y pavores ancestrales e insuficiencias ontológicas de católico. Hay un demonio que se llama culpa, un ser omnipresente que flagela el alma. ¿Culpa de que? No importa. El católico nace culpable y siente remordimientos hasta por lo que no hizo, hasta por imaginar, la historia de lo que pudo haber sido.
Tuesday, January 13, 2004
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