Eterno Retorno

Thursday, January 15, 2004

La historia del cabrón cuya humilde cartera mantiene viva la usurera industria del disco

En una rolita de La Polla Records, concretamente la de la “Chica Ye ye”, se canta una estrofa que suelo aplicar muy a menudo:
“Viviré con deudas, por toda la eternidad, pues siempre me ofrecen algo nuevo que comprar”.
Tremendo dilema de la clase mierda mexicana; el endeudamiento perpetuo, el gastar lo que no se tiene para mantener un estatus de posesiones materiales innecesarias.
El eterno dilema del consumismo desmedido. No voy a disertar al respecto. Mejor recomiendo leer a Mayra Luna, quien ha escrito las mejores declaraciones de principios contra la compra compulsiva.
Ya he dicho que no soy presa fácil de las típicas cosas en las que gasta un hombre. La ropa, los accesorios para el carro y los antros caros, me valen un soberano carajo.
Pero soy víctima de otras cosas de las que no me puedo liberar. Sí, adivinaron: Libros y discos. Lo mío es una adicción que va más allá de lo sano. Bueno, a ser bibliófilo ya me resigné. Soy un Alonso Quijano sin posibilidad de rehabilitación y moriré sepultado bajo una montaña de libros. Pero con los discos ya ni la chingo. Me he querido curar y no puedo. Hoy en día todo mundo baja música y yo soy de los pocos que la sigue comprando original. Siempre he dicho ya basta, ahora sí este es el último disco que compro y en todo el año no adquiriré ninguno. Lo digo según yo muy convencido, pero pura madre. Sigo cayendo como un vil heroinómano Y lo peor del caso es que apenas tengo tiempo de escuchar mis discos como Satanás manda.
Pero sigue la mata dando. Toda esta pinche perorata es para expiar mis católicas culpas por haber hecho las dos primeras adquisiciones discográficas del año:
Robert Plant- Sixty Six to Timbuktu, un doble que conseguí a precio de regalo. Si terminé el 2003 con vibra zeppeliana, bien vale la pena iniciarlo igual.
Y bueno, el bastante deseado Alive in Athens de Iced Earth que por fin he conseguido. Bueno, lo ví en Mix Up de Monterrey como a 350 morlacos, pero con el Sergio lo conseguí en 200. Bueno, más bien lo dejé separado. Mañana caigo por él para hacerla de emoción. Y ahora sí prometo solemnemente que será el último, en serio, el último... hasta la próxima semana. Y es que la le eché el ojo al Glory to the Brave de los suecos Hamerfall. Putísima madre, no tengo remedio. Debería haber un Cirad de metaleros compulsivos para que me internen en él.


Anna Lindh

Si en México hubiéramos tenido una ministra de Relaciones Exteriores tan guapa como la sueca Anna Lindh, todo mundo estaría pendiente del juicio de su asesino y lo más posible es que los ministeriales ya le hubieran puesto una caliente al pobre diablo serbio que la mató.
Digo, al menos por cuestión de imagen internacional, México debería optar por tener una canciller con cierto porte, alguien que se pareciera un poquito a Anna Lindh, en lugar del pinche Luis Ernesto Derbez o el mamón de Jorgito Castañeda. Por desgracia, las mujeres de la política mexicana no se distinguen por su belleza.
Claro que si Anna Lindh hubiera sido mexicana, no hubiera andado sola en un centro comercial. Habría estado atiborrada de guarros que agarrarían a macanazos al primer infeliz que intentara acercarse a verla. Además, algún peso pesado de la polaca o la iniciativa privada ya se la habría agarrado de esposa o concubina.
Ahora que en torno al nacionalismo serbio coincido totalmente con el Sueco. Los serbios son nacionalistas radicales, fanáticos como ellos solos. Vean nomás el cagadero que armó el guey que le recetó el plomazo al príncipe Francisco Fernando en 1914. Vaya, tan patriotas son, que el futbolista Pedrag Mijatovic (quien anotó el gol del triunfo del Real Madrid en la final de la Champions de 1998 contra la Juve) llegó a abandonar el equipo para ofrecer sus servicios al ejército de su país cuando se dieron los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo. ¿Haría eso un futbolista mexicano?