Eterno Retorno

Monday, January 12, 2004

El ladrón de libros

(La historia de un delito en cuatro críticos capítulos de debate entre el ángel y el demonio de la conciencia)

I La tentación

Él es un adicto a pasear por las librerías. Casi todos los días entra a husmear a alguna y en la mayoría de estas incursiones, cede a la tentación de sacar su tarjeta y comprar un ejemplar que le hizo ojitos. Ni modo, es su vicio y no puede rehabilitarse. Las portadas de los libros ejercen en él un efecto equivalente al de las sonrisas de apetecibles morritas en una noche de antro después de cinco cervezas. Es difícil resistirse a la seducción. Hoy no ha sido la excepción. Aunque está muy ocupado, le roba unos minutos a su mañana y se diluye en los pasillos de una librería. Repasa los títulos, las novedades, toma los libros, los huele ritualmente y los hojea abriendo páginas al azar. De pronto lo descubre: Ahí está, petulante y majestuoso, el nuevo libro de uno de sus autores favoritos. Es un libro grande, casi 600 páginas, pero el precio le resulta un auténtico zarpazo a su economía y le parece pinchemente estafadora la cantidad que debe pagar por llevarse el tamalón a casa. 385 pesos. No pinches mames. Quiere caer en la tentación de comprarlo, después de todo ahí está su tarjeta en la cartera, pero se detiene. Basta. Él prometió que en año nuevo reforzaría su cultura del ahorro. 385 significan casi dos tanques de gasolina, o una surtida de despensa en el supermercado, o el pago de su recibo de luz. Ya no puede permitirse esos lujos. El libro está en sus manos. Lee un pasaje. Este autor jamás lo ha defraudado. Su humor negro, su picardía, sus juegos del lenguaje, mantienen la agilidad y la malicia en cada uno de los párrafos. Este libro debe ser mío, piensa mientras lo hojea.

II

Los consejos del Diablito

Entonces lo asalta un pensamiento repentino: ¿Y si lo robara? El pensamiento es un diablito que revolotea en torno a su cabeza. Su vista periférica checa el entorno. No hay moros en la costa y los empleados, con cara de insoportable tedio, están rumiando su aburrimiento en la caja pensando sin duda en el tiempo que falta para su hora de salida. Con el libro en las manos, recuerda los cada vez más lejanos tiempos de su adolescencia, cuando se distinguía por ser un hábil ladronzuelo. Muchísimos libros y sobretodo discos que empezaron a conformar su enorme colección, fueron producto de sus robos. Recuerda con nostalgia esos tiempos. Sólo dos veces lo atraparon y una de ellas, a los 14 años, le costó dormir una noche en el Tutelar para Menores, del que fue liberado luego que sus familiares pagaron una feria. Pero dos capturas no fueron nada contra más de un centenar de acciones exitosas. Piensa esto mientras mira a los aburridos empleados.


III

El angelito represor

Pero entonces el diablito es empujado y aparece un ángel coercitivo, represor y políticamente correcto que se apodera de su mente. No debe robar, le dice el angelito, pues ya no es niño. Es un adulto y el robo ya no sería tomado como una travesura. Desde que cumplió su mayoría de edad, dejó de cometer delitos y cada objeto o servicio que obtuvo en su vida lo hizo pagando su precio. Además, no se puede dar el lujo de ser sujeto de un escándalo. La naturaleza de su profesión, que le exige un contacto diario y constante con políticos y funcionarios, lo obliga a mantener una imagen de ciudadano recto. Entre sus colegas de profesión hay algunos, o digamos muchos, que lo odian sinceramente pues lo consideran un pedante engreído y no perderían oportunidad de exaltar hasta la saciedad su más mínimo error. Lo expondrían públicamente como un infame y corrupto ladrón y dirían que cada uno de los ejemplares de su biblioteca es producto de sus hurtos. Es un alto precio el que se pagaría por una simple travesura, le dice el angelito y después de todo, su vida no se va a acabar por no tener el libro que desea.

IV

El triunfo del diablito

Resignado y triste, está a punto de dejar el ejemplar en el librero cuando el diablito se levanta de un brinco y vuelve a su oído. Entonces le recuerda que para los dueños de esa librería, 385 pesos es como quitarle un pelo a un gato. Ellos no dejarán de comer por eso, ni se lo cobrarán a los empleados y dado que viven en la capital del país, posiblemente no hayan nunca visitado esa sucursal provinciana. De pronto recuerda todas las veces que lo han robado. Recuerda el 35% de su aguinaldo que le robó Hacienda por concepto de ISR. Recuerda los miles de pesos que le roba Pemex cada mes por atiborrar el tanque de su carro con gasolina adulterada con naftaleno. Recuerda los impuestos que le roba el estado de California cada vez que compra algo en sus tiendas y recuerda aquella vez que unos ladrones entraron a su casa y robaron su bicicleta Mongoose nueva, su cámara Minolta y su equipo de sonido. Recuerda a tantos políticos que conoce, que roban descaradamente otorgando contratos y concesiones, recuerda cuando él mismo trabajó hace años en una librería ganando un salario de hambre. Y entonces el diablito le da un tremendo patadón en pleno culo al angelito que se va de hocico contra el piso. El movimiento es ágil y casi automático. Al meter el libro bajo su abrigo siente un shot de adrenalina, una sensación picante y eléctrica en las venas que hacía mucho, tal vez desde su adolescencia, no sentía. Esa incomparable ráfaga de excitación que produce el saber que se ha cometido un ilícito. El libro está oculto bajo su abrigo. Ahora debe salir de la librería. Cruza la puerta y ninguna alarma suena. Los empleados ni se inmutan. Sale a la calle e imagina que en cualquier momento sentirá la mano de un policía en su hombro, pero no pasa nada. Camina de prisa y se pregunta si alguna cámara oculta lo grabó, pero en el entorno no se mueve una mosca. Y finalmente, cuando está en un lugar seguro, saca el libro y se dedica a hojearlo, a olerlo, a rayarlo con su firma y su nombre, a subrayarlo al azar en varios párrafos como si fuera un animal que quiere marcar con meados su territorio para auto convencerse que el libro es suyo y sólo suyo, que está feliz y no siente, ni por casualidad, remordimiento alguno. El diablito festeja eufórico brincando sobre su cola y bailando con su tridente.