De inmolaciones juveniles y otras pachecadas de metalero radical
Me dice el Verde que el asunto suicida le parece idiota. Tiene algo de razón. Bueno, ese era un rollo que tenía muy metido hace muchos años. Morir muy joven me parecía lo más adecuado para sellar una vida orgásmica y cuando expresaba semejante opinión, mucha gente me decía un honesto: “no mames”. Pero no hay que tomar muy en serio el tema.
Cuando tenía unos 16 años, yo estaba firmemente convencido que no viviría más de 29. No sería el mío un suicidio por depresión o una especie de autoinmolación ritual para ofrendar a Satanás (como proponía Glen Benton del grupo Deicide en la rola Sacrificial Suicide) ni es tampoco un rollo a lo Kurt Cobain o Ian Curtis. A la chingada con ellos. Simplemente sería irme a tiempo de la fiesta para nunca mirarme al espejo como un anciano decrépito. Pensaba seriamente cometer un atentado contra algún político o empresario y matarme antes de que me capturaran.
O bien, lanzarme como mercenario a alguna guerra o empezar a hacer cosas que pusieran en extremo riesgo mi vida para evitarme la pena de ocupar un camastro en un asilo de ancianos y aguardar a la Santísima en una silla de ruedas.
Y no, no voy a salir con un rollo de new age barato o superación personal de que descubrí que la vida es bonita y me valoré a mi mismo al mirarme al espejo, pues yo nunca he estado lo que se dice deprimido. Ni madre. No se lo que es la depresión ni he tenido que tomar una sola pastilla psiquiátrica en mi vida para subirme las pilas. Siempre he tomado este changarro vital como es y confieso que la vida me parece bella precisamente por sus demonios y sus tinieblas. Hoy en día simplemente pienso que mientras los aparatos mentales y sexuales sigan funcionando adecuadamente y mientras mis piernas me sigan respondiendo para caminar largos kilómetros y andar en bici, pues seguiré dando lata en esta fiesta. Cuando eso se acabe, pues ya veré. Tal vez me pasa como a Juan García Ponce que paralítico y todo tenía una cachondísima imaginación y produjo sus mejores obras desde la silla de ruedas.
Tal vez me encabrone y el día que me sienta un mínimo síntoma de artritis o alguna enfermedad propia de un viejo, me practique yo mismo la eutanasia y me vaya por el camino con la Santísima. No voy a decir de esta agua no beberé. Por lo pronto, ya llegué a la edad que en mi adolescencia me puse como límite y aquí sigo chingando la borrega y dando lata en este blog. Y como dijo Don Teofili-to... Seguiré.
Me dice el Verde que el asunto suicida le parece idiota. Tiene algo de razón. Bueno, ese era un rollo que tenía muy metido hace muchos años. Morir muy joven me parecía lo más adecuado para sellar una vida orgásmica y cuando expresaba semejante opinión, mucha gente me decía un honesto: “no mames”. Pero no hay que tomar muy en serio el tema.
Cuando tenía unos 16 años, yo estaba firmemente convencido que no viviría más de 29. No sería el mío un suicidio por depresión o una especie de autoinmolación ritual para ofrendar a Satanás (como proponía Glen Benton del grupo Deicide en la rola Sacrificial Suicide) ni es tampoco un rollo a lo Kurt Cobain o Ian Curtis. A la chingada con ellos. Simplemente sería irme a tiempo de la fiesta para nunca mirarme al espejo como un anciano decrépito. Pensaba seriamente cometer un atentado contra algún político o empresario y matarme antes de que me capturaran.
O bien, lanzarme como mercenario a alguna guerra o empezar a hacer cosas que pusieran en extremo riesgo mi vida para evitarme la pena de ocupar un camastro en un asilo de ancianos y aguardar a la Santísima en una silla de ruedas.
Y no, no voy a salir con un rollo de new age barato o superación personal de que descubrí que la vida es bonita y me valoré a mi mismo al mirarme al espejo, pues yo nunca he estado lo que se dice deprimido. Ni madre. No se lo que es la depresión ni he tenido que tomar una sola pastilla psiquiátrica en mi vida para subirme las pilas. Siempre he tomado este changarro vital como es y confieso que la vida me parece bella precisamente por sus demonios y sus tinieblas. Hoy en día simplemente pienso que mientras los aparatos mentales y sexuales sigan funcionando adecuadamente y mientras mis piernas me sigan respondiendo para caminar largos kilómetros y andar en bici, pues seguiré dando lata en esta fiesta. Cuando eso se acabe, pues ya veré. Tal vez me pasa como a Juan García Ponce que paralítico y todo tenía una cachondísima imaginación y produjo sus mejores obras desde la silla de ruedas.
Tal vez me encabrone y el día que me sienta un mínimo síntoma de artritis o alguna enfermedad propia de un viejo, me practique yo mismo la eutanasia y me vaya por el camino con la Santísima. No voy a decir de esta agua no beberé. Por lo pronto, ya llegué a la edad que en mi adolescencia me puse como límite y aquí sigo chingando la borrega y dando lata en este blog. Y como dijo Don Teofili-to... Seguiré.