Era un ventarrón desparramando semillas
Entonces
algo se movió en el cosmos. El mejor parámetro que se me ocurre para
dimensionarlo es el de esos jugadores de basquetbol o esos atletas a los que
los ponen a entrenar con una pesada casaca de plomo que solo se quitan el día
del partido o el día de la competencia, lo que los hace sentirse ligeros y
aerodinámicos como ráfagas de viento. Así me empecé a sentir yo en 2013: como
un cohete en pleno ascenso, un tren bala sin freno, un volcán en erupción.
Empecé a escribir, a escribir y a escribir como nunca había hecho en la vida.
“No hacías otra cosa que escribir”, canta Fito Páez en Un vestido y un
amor y esa era mi historia aquellos días: no hacía otra cosa que
escribir. Eran miles de palabras diarias que parecían fluir por generación
espontánea. Los párrafos brotaban como
un geiser imparable. “Éxtasis, todo el tiempo vivo en éxtasis”, canta Charly
García en la Ruta del tentempié y algo parecido empezaba a sentir
mientras escribía. Nunca he vuelto a
sentir ese embrujo y me cuesta trabajo a creer que algún día vuelva a sentirlo.
Dicen que la inspiración existe pero debe encontrarte trabajando, que la clave
de la escritura y de toda forma de creación es la disciplina y la constancia,
lo cual es cierto. Fui disciplinado y constante, pero en aquellos años hubo
magia, encantamiento, un eufórico estado alterado de la conciencia sin drogas
de por medio. Era un ventarrón
desparramando semillas que pronto germinarían. Los años de oro estaban por
irrumpir como una tempestad.